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PENSÁNDOLO BIEN
Columna
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El odio es inmune al Covid-19

La crisis ha provocado en México, Estados Unidos y España una aceleración del acostumbrado canibalismo en la esfera política y en las redes sociales

Jorge Zepeda Patterson
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su rueda de prensa diaria.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su rueda de prensa diaria.José Méndez (EFE)

Se supone que ante un enemigo común los pueblos se galvanizan, ponen en pausa sus rencillas cotidianas y marchan juntos a la guerra. Sucedió con George Bush cuando la crisis por la destrucción de las torres de Nueva York llevó al techo los niveles de aprobación, que días antes estaban en el suelo. Incluso le funcionó, al menos momentáneamente, a la desprestigiada Junta Militar en Argentina al declarar la guerra al Reino Unido por las islas Malvinas. Pero eso no está sucediendo ahora en España, Inglaterra, Estados Unidos o México frente a la tragedia sanitaria y económica que ha desencadenado el Covid-19. Lejos de fortalecerse el liderazgo político de los mandatarios, la crisis ha provocado en estos países una aceleración del acostumbrado canibalismo en la esfera política y en las redes sociales.

Cada nación tiene su propia explicación, desde luego. En el caso de México no hay que ir muy lejos para encontrarla. El ambiente previo al estallido de la pandemia ya era febril; ahora se ha hecho asfixiante, tóxico. Andrés Manuel López Obrador despierta sentimientos encontrados desde que tomó posesión, pero desde el coronavirus se ha desatado una atmósfera de linchamientos y provocaciones incendiarias. Unos y otros, presidente y seguidores, por un lado, y algunos sectores medios, prensa y élite, por el otro, se han enfrascado en un intercambio de insultos con el pretexto del virus, como dos adversarios dispuestos a seguir intercambiando golpes en medio de un naufragio.

Todo lo que hace o deje de hacer el Gobierno de la 4T muestra su impericia, su negligencia y su dañina ingenuidad, a los ojos de sus adversarios. Si no lo hace, porque se está tardando, y si lo hace porque lo hace mal. No hay explicación técnica que valga, así venga de un experto calificado como el Dr. Hugo López-Gatell, responsable de la campaña en contra de la propagación del virus. Para los anti lopezobradoristas la tragedia que se avecina ya tiene nombre y apellido tabasqueño, así esté sucediendo en el resto del planeta. En última instancia, para ellos, todo remite a la burbuja de negación en la que el presidente está perdido, una negación que llevará al país al abismo. Es tal la animosidad que en las reacciones que provoca cada mala noticia, sea el deterioro de la moneda o la escasez de un medicamento, se advierte el festín embozado de todos aquellos que celebran el cumplimiento, por fin, de la negra profecía que habían anticipado con respecto a AMLO.

La heterodoxa actitud del presidente tampoco es que esté ayudando mucho a calmar los ánimos. Frente a la crisis de la pandemia y lo que se viene con ella, él ha tratado de aferrarse a sus brújulas de toda la vida: la noción de que la prioridad son los pobres y la confianza ilimitada en las virtudes del pueblo mexicano. Brújulas que sin duda servirán para que las calamidades por venir no se ceben en los más desprotegidos, como siempre ha sido el caso. Pero a muchos les parece que es un horizonte de visibilidad que se queda corto frente al momento inédito que vive el planeta y los complejos efectos que la crisis provocará a lo largo y ancho de la sociedad y la economía del país.

Por el contrario, otros podrían pensar que conviene tener un presidente que tome decisiones de acuerdo a convicciones profundas y bien intencionadas. En las deliberaciones de algunos mandatarios, muy claramente el caso de Donald Trump, parecería que pesó más el interés político inmediato y la presión de los grupos de interés con mayor poder, que el bienestar de la sociedad en su conjunto.

En todo caso, es aún muy pronto para hacer una evaluación cabal de la estrategia de cada Gobierno frente a la crisis. Sobre todo en el caso mexicano, que hasta el próximo fin de semana anunciará el paquete de medidas económicas que habrá de tomarse para paliar la crisis que la emergencia ha desatado.

Por desgracia, el clima de confrontación es tal que podemos anticipar que, con independencia de lo que se anuncie, las propuestas solo servirán para atizar el fuego de las recriminaciones mutuas. Los adversarios las ridiculizarán inexorablemente y, por su parte, el Gobierno acusará a los críticos de ser moralmente impresentables.

Lo curioso es que las dos partes se convocan mutuamente a una tregua sin darse tregua. Hace unos días Denise Dresser, una columnista emblemática, justamente tituló así su artículo en el diario Reforma: La tregua. Una larga descalificación del presidente y su Gobierno culminado por un párrafo conciliador. No muy distinto al espíritu de AMLO en las mañaneras, en la que tras dos frases destinadas a convocar a la cordura y la concordia, se desvía en una larga diatriba en contra de los conservadores que sabotean a su Administración.

Muchas cosas han cambiado en dos meses en todo el orbe, nada ha quedado inmune frente a la pandemia. Salvo el odio, quizá, que simplemente se ha recrudecido sin dejarse distraer por el Apocalipsis.

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