El plomo que llega a la Antártida
Un grupo de científicos españoles ha detectado altas concentraciones de metales pesados en el aire antártico, que proceden del tráfico marítimo lejano y del turismo de cruceros
Cuando una llega a la Antártida desde una ciudad como Madrid, siente que los pulmones se llenan de aire prístino, una atmósfera tan pura que la mera respiración podría mancillarla. Ese sentimiento perdura hasta que se conoce al químico Jorge Cáceres y al joven científico César Marina, investigadores de las universidades Complutense y de Zaragoza, respectivamente, que este año han ido hasta la Isla Decepción y otros puntos de este continente para tomar muestras del aire polar.
En sus manos está un proyecto de caracterización de aerosoles atmosféricos que ha descubierto cantidades elevadas de plomo y cromo en ese aire que respiramos en Isla Decepción tanto humanos como pingüinos, skúas y cuanto ser vivo se acerca por estos ventosos y gélidos lares. Eso sí, es 800 veces menos que lo que entra en estos mismos pulmones en el centro de la gran urbe en que habito, pero sus consecuencias ambientales en este ecosistema de frágil equilibrio aún están por ser investigadas.
Cuando desembarco en la base Gabriel de Castilla, ambos científicos andan recogiendo las últimas muestras de tierra y nieve y los filtros del aire con los que recogen partículas de menos de 10 micras, invisibles a nuestros ojos, pero no para las pioneras técnicas de láser que utilizan. En campañas anteriores, y esta es la cuarta que el proyecto va a la Antártida, ya han detectado 100 veces más plomo y 600 veces más cromo en el aire antártico que en el suelo que pisamos en este lugar. “¿Y qué nos dice eso? Pues que es una contaminación que viene de un lugar lejano, porque las partículas viajan por la atmósfera alta; nosotros pensamos que llegan hasta aquí desde el área del Cabo de Hornos, donde lo atribuimos al intenso tráfico marítimo que hay en esa zona, aunque una parte también puede ser de los cruceros que llegan a esta isla, dos o tres buques turísticos al día durante los meses del verano austral. Y luego también vemos carbono, que puede provenir de las propias bases científicas, la española y la argentina”, explica Cáceres.
“Los isótopos son los que nos dicen de dónde vienen estos arerosoles, pero también utilizamos modelos meteorológicos para ver los vientos, aunque aquí la mayoría son corrientes circumpolares”, apostilla César, que prepara en Zaragoza su tesis sobre este ámbito con el otro codirector del proyecto, Jesús Anzano.
Cuando se escucha la palabra 'areosoles', es inevitable que la mente viaje en automático al gas que contienen los botes con aspersores que todos usamos para insecticidas, lacas, pinturas… Bien es verdad que lo que dispersan son partículas y eso es lo que son los aerosoles atmosféricos: todo tipo de partículas, de origen natural o humano, que viajan o están en suspensión en la atmósfera y que miden menos de 10 micras. Se considera, además, que cuando están entre los 10 y 15 kilómetros inferiores de esta atmósfera, afectan al clima de la Tierra, dado que absorben o dispersan la radiación solar o favorecen la condensación para la formación de nubes. Es más, se ha afirmado que favorecen que el planeta se enfríe, aunque aún falta más confirmación de este asunto, aunque también generan lluvia ácida y eutrofización de las aguas, además de dañar la salud de los animales, incluida la nuestra. De ahí que su estudio sea fundamental en todo el mundo.
También en la Antártida. “En realidad, no sabemos cómo afectan al clima exactamente, pero sí vemos que aquí en Decepción, donde es el cuarto año que estamos, se concentran unas tasas de plomo y cromo muy altas, que son preocupantes. Es probable que la forma de la isla, en herradura, lo favorezca porque estos aerosoles entran por los Fuelles de Neptuno y se quedan encajonados, así que tenemos hasta 28 miligramos por metro cúbico, cuando en otros lugares se queda en 13 miligramos”, añade Cáceres mientras me muestra los datos en su ordenador.
A su alrededor, en el laboratorio de la Gabriel de Castilla, ordenadas en cajas, están las 50 muestras de suelos, 20 de agua, 20 de nieve y unos 70 filtros de aire que son el resultado de esta XXXIII Campaña Antártica para ambos científicos. Lo veo y pienso en los muchos kilómetros de recorrido que acumulan sus botas de montaña. También han recogido excrementos de pingüino, unos dos kilos, para ver si estas aves marinas también traen metales pesados hasta Decepción después de recorrer los mares.
César Marina llegó con el inicio de la campaña, en enero, primero a la isla Livingston, donde ya vi otro dispositivo suyo en lo alto del monte Sofía, y ahora en isla Decepción, donde lo tienen en el cerro Baliza, no muy lejos de la base, sobre esta tierra volcánica que configura el paisaje. Cáceres llegó a la Antártida conmigo, en el buque Hespérides desde Ushuaia (Argentina), y en el trayecto ya me fue adelantando algunos de sus trabajos con la química láser, cuyas posibilidades van mucho más allá de su presencia antártica. De hecho, patentó un sistema de análisis con espectrocopía de plasma inducida por láser, LIBS, que ha utilizado en alimentos como la miel y que es capaz de decirnos el origen geográfico de un alimento o con qué está adulterado. Sus aplicaciones en la alimentación son infinitas.
Ahora, parte del equipamiento con el que cada día se han acercado a la caza de aerosoles lo dejarán invernando en Decepción, a buen recaudo, dado que su intención es volver de nuevo la campaña del próximo año al mismo lugar como parte de una prórroga que les ha sido concedida. No obstante, aún no han terminado y ya piensan en retomar el mismo asunto en el futuro con nuevo proyecto científico. Conocer qué estamos haciendo con la atmósfera de un lugar que presuponemos limpio es una tarea a largo plazo. Salgo del pequeño laboratorio de la base —para la próxima campaña ya está previsto que se amplíe al ser trasladado a otro módulo mayor—, y respiro profundamente. Ahora ya se que no es tan puro como pensaba el aire que llega a los pulmones, pero es incomparablemente mejor de lo que me espera. Por fortuna, aquí no hay coronavirus que sobreviva. El aire del sur corta la piel.
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