Sola y borracha
Soy feminista a mi bola. Sin haber leído a las clásicas. Sin saber qué coño es la cuarta ola
He llegado muchas veces sola y borracha a casa. De adolescente, de joven adulta y de señora entrada en décadas. De soltera, casada y divorciada. Incluyendo un control de alcoholemia la mismísima madrugada del Día de la Madre del año pasado que pasé rezando para que el gin tonic hubiera bajado lo justo para pasar el corte del chisme que me puso a soplar un chaval que podría ser mi hijo y no tuvieran que venir las mías a buscarme. Lo pasé, gracias. Menudo ejemplo de madre, pensaría el benemérito al darme vía libre. Sí: nadie es perfecto, ni perfecta. Pero, salvo en la irresponsabilidad al volante, pienso reincidir en mis costumbres. Volveré a llegar sola y borracha a casa. Nunca, ni en mis mejores años, tuve por ello más problema con un varón que algún rebuzno no solicitado. Pero demasiadas los han tenido muy graves y los siguen teniendo. Por eso, y porque tengo dos dedos de frente, entiendo el sentido del lema del anteproyecto de ley de libertad sexual que ha sacado demasiado pronto, mal y nunca el Gobierno.
Soy feminista a mi modo. Ni criminalizo a los hombres ni victimizo a las mujeres. Pero sé que sin el feminismo jamás hubiésemos logrado poder declararnos feministas “amazónicas” desde una posición de poder como la de la portavoz del PP en el Congreso, aunque yo creo que la doña se refiere al pijísimo restaurante homónimo madrileño. Lo dicho: soy feminista a mi bola. Sin haber leído a las clásicas. Sin saber qué coño es la cuarta ola. Y creyendo que las transexuales que deciden ser mujeres pagando con su propia sangre son congéneres. Dicho esto, este fin de semana volveré a pedir a mis hijas que no vuelvan solas. Volverán a responderme que harán lo que les dé la gana porque para eso son libres e iguales. Y el domingo iremos juntas a la manifestación del 8-M. O no, porque ellas tienen su agenda, yo la mía, y es más difícil cuadrarlas que las del G20. La lucha sigue.
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