Erais buenísimos
En tiempos de urgencias se pretende que los gestos más simples aspiren a explicar causas complejas
Siempre que un jugador se va del Real Madrid llamo a mis amigos barcelonistas para que me cuenten, a mí, lo bueno que era. Eso, si el club decidió traspasarlo. Si es el jugador el que ha decidido irse del Madrid, raro es que no se empiece una campaña para darle el Balón de Oro, independientemente de cómo juegue.
En su rueda de prensa de despedida, el excandidato del PP vasco Alfonso Alonso probablemente se emocionó al descubrir justo ahora su talla de estadista. De golpe, el hombre que deja la política se entera que durante todos estos años sus adversarios políticos lo tenían en secreto como una especie de referente ideológico de la derecha, un hombre moderado y capaz, alguien en quien confiar el destino de un Gobierno aun desde la discrepancia y el debate. Se había marchado Borja Sémper antes entre tantas ovaciones del rival que casi termina liderando el PSOE vasco.
Siempre se van los mejores no es una frase hecha: es la certificación de que eres bueno o malo dependiendo del lugar en el que estés. Rubalcaba, que no pudo ser más enemigo de la derecha y al que se le atribuyeron los males más insospechados, era buenísimo cuando se apartó de la línea del PSOE, aunque fuera su línea de siempre, solo que antes no se supo ver.
No hay como irse de un partido para que de repente se pose sobre ti un halo de moderación y sentido de Estado. Siempre se van los mejores, los capaces, los que querían lo mejor para España; eso sí, lo quieren si ya no pueden intervenir. Tan inútil es negar que Alonso o Sémper representan algo distinto en el PP, al menos algo más distinto que Iturgaiz, como negar que, de seguir en sus puestos, serían piezas diabólicas que derrumbar cuanto antes. Pocas figuras más divertidas hay en política que el “verso suelto”, pocas menos prestigiadas y más juzgadas. Los tuyos te acusan de alta traición por la mínima discrepancia; los contrarios te acusan de la máxima hipocresía y cinismo por no irte (“si piensas eso, por qué estás ahí”). Cuando se habla de la polarización, piénsese en cuánto se toleran, por unos y otros, ideas distintas dentro de un partido sin tener obligatoriamente que romper con él o que te echen.
De fondo hay una idea nuclear que tiene muchísima fuerza; es el “algo hiciste” aplicado irónicamente a la política. “Si te echan de ahí es que eres bueno”, versión de ese mantra que dice que “si te atacan estos, voy contigo” sin atender a argumentos, debates o ideas. Basta una señal.
La realidad es que nada de eso convierte automáticamente en bueno o malo a nadie, pero en tiempos de urgencias se pretende que los gestos más simples aspiren a explicar causas complejas. Cómo no se va a emocionar Alonso en su despedida si de repente se le ha explicado, a él, lo bueno que era. Cómo no va a estar contento Pablo Casado si se acaba de enterar de quién era realmente Alfonso Alonso. Cómo pretende un militante contrario que alguien se crea su enfado cuando, si es verdad que era tan bueno, peor le irá a tu rival. Hay, con todo, un denominador común en todos estos casos de santo súbito: los que te quieren ahora no te votarán nunca. Te quieren solo por joder.
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