“Bueno, ya no piso ningún bicho”
Un experimento con abejorros plantea la cuestión de la consciencia de los insectos
La psicóloga Susan Blackmore preguntó una vez al neurocientífico Christof Koch si sus investigaciones sobre la consciencia le habían cambiado de alguna forma, y Koch respondió enseguida: “Bueno, ya no piso ningún bicho”. Hace de eso 15 años, y recuerdo mi perplejidad al leerlo en el libro de Blackmore Conversations in consciousness (conversaciones sobre la consciencia, Oxford University Press, 2006). En sus estudios de la consciencia humana y de los primates, que empezó con Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN y el código genético, Koch percibió que ser consciente depende en cada momento de unos circuitos neuronales tan escuetos que muy bien podrían caber en el cerebro de un insecto. Lee en Materia el estado de la cuestión sobre el dilema de Koch: ¿Debemos pisar bichos? O más en general: ¿Hasta qué punto es humana la consciencia humana?
Imagina que una amiga te venda los ojos y te trae una bandeja con tres objetos de plástico. Solo tocándolos, adivinas enseguida que uno es una esfera, otro es un huevo, y el otro un cubo. Cuando, en el ejercicio siguiente, la amiga te quita la venda para que puedas ver los objetos, pero sin dejarte tocarlos, tú no tienes la menor dificultad para identificarlos. ¿Qué significa eso? Significa que los circuitos cerebrales que interpretan tu tacto y los que interpretan tu visión tienen que intercambiar sus conclusiones, y que por tanto esas conclusiones deben ser conocimientos abstractos, un tipo de red neuronal donde, en nuestro ejemplo, solo importa la geometría, y no los datos crudos que han llevado a ella.
El experimento de tu amiga quiere decir que tu cerebro ha formado un modelo interno de la esfera, el huevo y el cubo, uno que es invariante respecto al tamaño, la orientación y la modalidad sensorial por donde ha penetrado tu cerebro. Y ese es el mismo talento que los investigadores de Londres han demostrado ahora en el abejorro, el primo voluminoso y molesto de la abeja que suele llevarse la mayor parte de las bofetadas en las comidas campestres. Los abejorros reconocen a oscuras diversas formas geométricas, y luego saben cuáles son sin más que verlas.
Esto se llama percepción intermodal, y ha sido demostrada en humanos, primates, delfines y otros mamíferos, pero ahora sabemos que compartimos esa alta función cerebral con las abejas, que llevan 500 millones de años –desde la infancia de la vida animal en la Tierra— separadas evolutivamente de los mamíferos y demás vertebrados. La percepción intermodal no demuestra ni de lejos que las abejas sean conscientes. Ni siquiera sabemos en qué podría consistir esa demostración. Pero eso no quiere decir que la consciencia sea incognoscible, sino que nuestra neurociencia está en la prehistoria. Cuando sepamos qué circuitos nos hacen conscientes, sabremos si las abejas lo son también. Entretanto, no pisen ningún bicho.
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