_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Yoga

Solo había en la Tierra un lugar que era “ningún lugar” y había caído increíblemente en aquella vivienda destartalada de las afueras de Madrid

Juan José Millás
Varias personas practicando Yoga.
Varias personas practicando Yoga.OLI SCARFF (AFP)

En casa, cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, había un lugar al que llamábamos “ningún lugar”. Se trataba de una antigua despensa de dos metros cuadrados, quizá menos, oscura y sin ventilación. Una vez dentro, si dabas cuatro o cinco vueltas con los ojos cerrados, perdías el sentido de la orientación, llegando a ignorar dónde se encontraba la puerta, dónde el techo y el suelo. Imaginábamos que podíamos hallarnos boca abajo cuando estábamos boca arriba y al revés. Alcanzado ese estado de confusión, nos sentábamos en una sillita que había en el centro y permanecíamos allí, fuera de la realidad, hasta que se agotaba nuestro turno, pues siempre había alguien en la cola para disfrutar de aquel modo de estar en el mundo sin hallarse en él.

El regreso era tan doloroso como un parto. Las preocupaciones de la vida, que eran muchas pese a nuestra edad, se manifestaban de golpe y volvíamos de súbito a ser unos niños mayores, unos adultos prematuros. Todos los sitios conocidos, incluso los más recónditos de la casa o del barrio, eran auténticos lugares. Solo había en la Tierra un lugar que era “ningún lugar” y había caído increíblemente, para fortuna nuestra, en aquella vivienda destartalada de las afueras de Madrid. Cuando me ocultaba allí, mi cuerpo se deshacía en partículas invisibles, de modo que ninguno de los bultos que me angustiaban quedaba sin desanudar.

Era un castigo, al abandonar el cuartucho, hacerse cargo de nuevo de los átomos y de los nudos que me constituían y me constituyen. Como aquella casa vieja desapareció, víctima de la fiebre especuladora, para convertirse en apartamentos, “ningún lugar” desapareció de mi existencia y los átomos y los nudos me matan desde entonces. Me dicen que haga yoga.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_