La resurrección de la prenda que los ‘bakalas’ robaban a los pijos en la España de los noventa
El plumas de la firma Pedro Gómez pasó de verse en las pistas de Baqueira Beret a ser una pieza obligatoria en las discotecas más desmadradas. Ahora, vuelve
Para ser un buen bakala en los noventa, o al menos uno con estilo, había que tener alguna camiseta de Boy London o Destroy, zapatillas contundentes New Balance o Nike Air Max y unas cuantas gorras para combinar. Pero, sobre todo, era imprescindible llevar plumas, y no uno cualquiera. Aunque ya hay una generación que ha vivido sin ellos, los plumíferos de Pedro Gómez fueron una presencia habitual en los clubes de música electrónica que, en los noventa, conformaron la Ruta del Bakalao. No importaba que la temperatura en estos locales fuera casi tan elevada como su precio, 50.000 pesetas de aquel entonces (unos 660 euros de ahora teniendo en cuenta la inflación). Había que llevar encima uno de aquellos chillones abrigos que se erigieron en el inesperado icono de la subcultura que dominó el ocio nocturno a principios de la década.
“Todavía recuerdo el impacto que me causó ver a un conocido cambiar su peinado estilo palmera, los zapatos de punta estilo brujo y las levitas que solía llevar por los colores chillones, la gorra de béisbol, las zapatillas gigantescas y el plumífero”, explica Joan M. Oleaque, periodista, profesor y autor de En éxtasis, uno de los ensayos fundacionales sobre la Ruta del Bakalao. Fue ese el origen de un estilo, el sport chic, que adoptó como propio un abrigo hasta entonces pensado y lucido por la jet set.
Pedro Gómez, el creador de la prenda, era un conocido montañista y campeón de esquí de fondo que vendía equipamiento deportivo en El Igloo, una tienda enclavada en la madrileña plaza de Cuatro Caminos. Los plumíferos eran el producto estrella, lucidos por la Familia Real o Julio Iglesias en sus escapadas a la nieve. No era para menos: fueron pioneros en España, donde no había por aquel entonces firmas dedicadas a las prendas técnicas.
De hecho, Gómez confeccionó sus primeros sacos de dormir, germen de lo que después serían los abrigos, utilizando las plumas que consiguió en una pollería cercana a su casa. La idea se le ocurrió después de que un compañero de expedición estuviera a punto de perder una pierna a causa del frío. Poco después otros aficionados al esquí se sumaron a los encargos. La marca se convirtió en los ochenta en un símbolo de estatus pero, en los noventa, los pedro gómez acabaron siendo el objeto de deseo de los clubbers, para disgusto de su propietario.
“La imagen del bakalao estaba muy alejada de los valores que quería transmitir Pedro, que era un deportista de élite y amante de la montaña”, explican Virginia Negral y José Luis Serrano, responsables del renacimiento de la firma. “Sus plumas nacieron de su experiencia vital y de las necesidades surgidas en la nieve, que son valores muy diferentes a los que impulsaron el fenómeno del bakalao de los años noventa. Sin embargo, es inevitable que una marca bien posicionada tienda a ser adoptada de manera natural”, conceden. Los plumíferos cuestan hoy unos 650 euros.
“La gente de los barrios más bajos quiso apropiarse de este distintivo de estatus. Empezaron a robar los Pedro Gómez a los pijos y acabó convirtiéndose en un símbolo para los 'bakalas"
Iñaki Domínguez autor de 'Sociología del moderneo'
Veinte años después, y tras conseguir la bendición del propio fundador, Negral y Serrano relanzaron la marca este pasado 2019 abriendo una tienda en el barrio madrileño de Malasaña. La nueva Pedro Gómez presume de prendas artesanales y personalizables, apostando también por la sostenibilidad al utilizar solo plumas certificadas y libres de crueldad animal. De momento no tienen planes de intentar replicar la influencia pasada en las sesiones house o techno. “Es inevitable que, cuando un producto es de calidad y tiene tanto éxito como los pedro gómez acabe convirtiéndose en aspiracional. Era un momento en el que marcas como Nike, Levi’s o Lacoste, —que tampoco eran asequibles pero estaban en nuestros armarios— tenían mucho peso y las personas se identificaban con sus valores y lo que les trasmitían. Llevar un Pedro Gómez era considerado un signo de éxito social”, añaden.
Lo que se mantienen son sus rasgos estéticos, los mismos que empezaron a popularizarse en los noventa en discotecas como Attica —uno de los templos de la música electrónica situado en San Fernando de Henares (Madrid)— y fueron calando en todo el país por la influencia de los clubbers madrileños. “Esos plumas marcaron la evolución del barroquismo estético del primer bakalao a algo más funcional, más gimnástico y más transversal, y empezaron a lucirse entre los asistentes a estos locales como una apropiación del look deportivo de alto nivel que, en otras partes del mundo (como Londres o Ibiza), empezaba a darse de manera natural”, explica Oleaque.
El boom llegó a tal punto que incluso se creó todo un mercado negro alrededor de tan codiciada prenda, tal y como recuerda Iñaki Domínguez en su sección Sociología del moderneo del programa radiofónico Hoy empieza todo (Radio 3): “La gente de los barrios más bajos quiso apropiarse de este distintivo de estatus. Empezaron a robar los pedro gómez a los pijos y acabó convirtiéndose en un símbolo para los bakalas. Para llevar un Pedro Gómez tenías que ser un tipo muy duro porque te lo iban a robar”.
Aunque Oleaque confiesa que en Valencia no eran habituales ese tipo de episodios violentos por conseguir los plumíferos, sí admite la trascendencia que la tendencia tuvo en el colectivo fiestero: “En su momento ese cambio hacia la ropa deportiva de lujo no se entendió en las discotecas y fue una metáfora de lo que iba a suceder con la Ruta: había que abrirse a los cambios globales o perecer. Sucedió lo segundo”.
Los pedro gómez vivieron un destino similar y el fundador cerró la firma a finales de los noventa. Más de dos décadas después de su muerte, y ahora que la cultura electrónica de los noventa está en el panel de inspiración de una nueva generación de diseñadores, Negral y Serrano tildan de fantástico el contexto para rescatar los plumas. En esta nueva etapa de la firma se dirigen a un segmento ligado al streetstyle y defienden los plumas como un producto de culto manteniendo su patrón y llamativos colores originales. “Hay una vuelta a la búsqueda de prendas especiales y, sobre todo, que sean diferentes”, concluyen. Por eso apuestan por la confección cuidada y la personalización con el objetivo de devolverlos al terreno de la exclusividad. Incluso aunque, como sucede siempre en la moda, el destino último de una prenda la acaban decidiendo sus compradores.
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