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Columna
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Una semana después del divorcio

La unanimidad europea frente al Brexit toca su fin y ahora empiezan los codazos entre los 27 por llenar el hueco que deja el Reino Unido

Lluís Bassets
Eurodiputados emocionados tras la votación del acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Eurodiputados emocionados tras la votación del acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea.FRANCISCO SECO (AP)

Si el Brexit es un misterio, otro misterio es el rumbo que va a tomar la Unión Europea a partir de ahora. Tantos años de vida en común crean un sistema en el que todas las piezas encajan en una geometría lentamente construida. En cuanto se quita una pieza, todo el sistema se descompone y se mueve en busca de un nuevo equilibrio, un nuevo sistema.

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En los tres años y medio tempestuosos y erráticos transcurridos desde el referéndum del Brexit, todo el chaparrón ha caído sobre Londres mientras brillaba el buen tiempo en Bruselas. Ni siquiera las peleas por las cuotas de inmigrantes o las derivas iliberales de Hungría y Polonia han obstaculizado el mantenimiento hasta este pasado 31 de enero de una pasmosa unanimidad de los 27 en su relación con Londres.

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Pero el fracaso de los esfuerzos británicos por dividir en el pasado a los socios europeos en la negociación del divorcio no es garantía alguna de idéntico fracaso en la negociación de la relación futura. Al contrario, el hueco que deja el Reino Unido ha empezado a suscitar movimientos de los principales países europeos, cada uno concentrado en sus propios intereses e impulsos geopolíticos. Además de la improbable unanimidad en la negociación sobre el futuro, habrá con seguridad codazos entre los 27 por acomodarse en el nuevo hogar europeo común sin los británicos.

Francia y Alemania, las dos mayores potencias continentales y enemigos beligerantes en tres guerras europeas, siempre han aspirado a constituirse en un directorio sobre los sólidos fundamentos de su reconciliación y de su relación bilateral, de forma que las potencias de segundo rango, Italia y España, pero también Polonia, se vean obligadas a resignarse al papel de socios menores. Durante los últimos 47 años, esta aspiración quedaba compensada por una triangulación de alianzas que, esquemáticamente, unía a franceses y británicos alrededor de la seguridad y a alemanes y británicos de la libertad de mercado.

Este equilibrio se ha roto. Macron ha exhibido esta semana la excepción francesa de su bomba nuclear, el paraguas de seguridad que solo Francia puede ofrecer al resto de los europeos ante la partida de Londres y la permanente incertidumbre del trumpismo. Pero es un favor que contiene un gesto de dominación, y así lo han leído España e Italia, que no se conforman con sumarse sumisamente al tándem franco-alemán y reclaman voz y personalidad propia en la nueva Europa posterior al Brexit. Solo ha pasado una semana y esto no ha hecho más que empezar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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