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Columna
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Lecciones de Turingia

La disculpa de Merkel habla de una actitud ética que prioriza la defensa de lo común, la democracia, frente al interés partidista de la pura ostentación de poder

Máriam Martínez-Bascuñán
DIEGO MIR

El seísmo por la elección como presidente del Land de Turingia del candidato liberal con los votos de la CDU y la ultraderechista AfD nos obliga, en cierto modo, a mirar hacia nuestras derechas. Las comparaciones, por supuesto, son odiosas, y la ejemplar reacción de Angela Merkel (fue un “error imperdonable”, dijo) contrasta con el elocuente “no vamos a tejer ningún cordón sanitario frente a partidos constitucionalistas como Vox” de Casado. Sobran más comentarios. A veces, los hechos proyectan valores por sí solos: lo llamamos ejemplaridad y se da en muchos ámbitos de la vida. En el arte, por ejemplo, la belleza puede aparecer cuando el ideal coincide con la muestra, algo que también sucede en política, cuando el mundo que habitamos reproduce ese ideal al que nos gustaría parecernos; cuando lo que es coincide con lo que debe ser.

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Desde ahí debemos pensar las palabras de Merkel, pues ese “error imperdonable” expresa un determinado sentido de la democracia, quizá el más amenazado y necesitado de defensa. Contrasta con los tiempos que corren, cuando lo que impera es creer que la democracia va de suyo, como si olvidásemos que “el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana”, según nos advierte Margaret Atwood en El cuento de la criada. Porque ese barco que llamamos “el mundo libre” ha cambiado ya de rumbo: ni sentimos que la democracia esté amenazada ni que sea un sistema por el cual merezca la pena luchar. Esta merma en nuestro apego democrático hace estragos en países como Estados Unidos, y algunos afirman que la sociedad, con los jóvenes a la cabeza, se muestra cada vez más abierta a alternativas autoritarias.

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La disculpa de Merkel habla de una actitud ética que prioriza la defensa de lo común, la democracia, frente al interés partidista de la pura ostentación de poder; lo contrario, sin ir más lejos, de lo visto en el cierre en falso del impeachment estadounidense. El ejercicio de cinismo y genuflexión partisano del viejo republicanismo —con la honrosa excepción de Romney— muestra a un Grand Old Party que vende su alma a cambio de poder. Ahora que, en Europa, asoma de nuevo la competencia descarnada entre potencias, cuando nuestra narrativa exterior vira hacia el modelo del capitalismo asiático (hablando de intereses, lenguaje de la fuerza o pura eficiencia), conviene recordar que la democracia, nuestra democracia, es una idea puramente normativa, basada precisamente en valores. Así la explicaron los clásicos, desde Aristóteles hasta Rawls, y es lo que nos ha definido hasta la fecha. Y aunque debamos adaptarnos a la hostilidad de los nuevos escenarios, no por ello hemos de arrojar al agua nuestra brújula ética, pues sin ella navegaremos sin rumbo, abandonados del todo al rugir de la tormenta.

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