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Columna
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El día de la independencia

Una noche irónica y de demagogia nacionalista, en la que los populistas simulan la liberación de un yugo y el final de un vasallaje

Lluís Bassets
Eurodiputados británicos abandonan el Parlamento Europeo en Bruselas, este viernes.
Eurodiputados británicos abandonan el Parlamento Europeo en Bruselas, este viernes. STEPHANIE LECOCQ (EFE)

Hay una historia larga, que algunos remontan a Enrique VIII y su trifulca con el Papado, y otra corta, que cabe concentrar en una noche, la del viernes al sábado, cuando el Reino Unido abandonó la Unión Europea. La primera conecta las profundidades y permite restar dramatismo a lo que acaba de ocurrir entre Londres y Bruselas en la oscuridad nocturna del 31 de enero.

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El objetivo de Inglaterra, nación dominadora de la Gran Bretaña, siempre ha sido evitar que otra nación con vocación imperial dominara el continente. Esta es la clave para interpretar su papel en las guerras continentales, desde las napoleónicas hasta las dos mundiales del siglo XX. Y si no queremos guerras, unamos el continente, tal como propugnó Winston Churchill tempranamente en su discurso de Zúrich de 1946 en favor de los Estados Unidos de Europa. Una unión que debía hacerse como idea de Londres, pero dejando a Londres fuera, con las manos libres.

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El proyecto británico fue originalmente una amplia zona de libre de comercio mundial, y de ahí su negativa a integrarse en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y luego en el Tratado de Roma; más tarde, sus esfuerzos para que los Seis del Mercado Común se dejaran absorber por los Siete de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), y, finalmente, tras superar el veto de De Gaulle, su llegada a Bruselas en 1973. No habiendo podido hacer la Europa que querían desde fuera se dispusieron a intentar durante estos 47 años, al parecer infructuosamente, a hacerla desde dentro.

Así llegamos a la ironía del día de la independencia, en la que los ingleses simulan la liberación de un yugo y el final de un vasallaje. Vestida con la demagogia del nacionalismo populista, la idea inglesa de Europa se dispone a repetir la historia de siempre: evitar la unidad del continente alrededor de una o varias potencias, en el actual caso, Francia y Alemania asociadas, y recuperar el impulso imperial perdido.

El futuro no está escrito, pero es seguro que persistirán las corrientes de fondo. Son los mimbres históricos con los que habrá que construirlo al igual que se ha construido el presente. A partir de ahora, como antes, importan las cuestiones esenciales, para las que el conjunto de los europeos seguiremos contando con los británicos, estén dentro o estén fuera: la paz y la seguridad, la democracia liberal, el Estado de derecho, el multilateralismo... Si no fuera así, sería malo para Europa, pero todavía peor para el Reino Unido.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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