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Tribuna
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El melodrama moderno

El cine se ha interesado por la obra teatral y novelística de Benito Pérez Galdós. Las historias de amores cruzados del escritor canario producen dependencia, como la de las grandes ficciones televisivas

ENRIQUE FLORES

En la larga sequía de aprecio, por unas razones o por otras, respecto a la obra de Galdós —aunque sus Episodios nacionales siempre estuvieran a salvo del desecamiento—, el cine, por el contrario, encontró en don Benito Pérez Galdós una fuente persistente de inspiración y suministro de historias. Es curioso que si, en los medios literarios, al escritor se le considerara poco moderno, sobrepasado por los Azorín, Baroja, Valle, que renovaron la escena literaria, fuera la más moderna de las artes la que acudiera sin dudarlo una y otra vez al viejo escritor. Y que cineastas de imágenes rompedoras y específicamente cinematográficas, como Buñuel, le utilizaran de punto de partida para sus creaciones. ¿Por qué atrae de manera tan continuada a cineastas tan distintos? ¿Cómo es que atraviesa épocas y gustos distantes?

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La verdad es que el cine se interesó pronto por la obra —teatral y novelística— del escritor. Ya en la época muda, las historias galdosianas eran llevadas a la pantalla. El abuelo, con el título de La duda (1916), fue la obra elegida por el director Domènec Ceret, y desde entonces El abuelo no ha parado de lanzar sus rugidos de león herido versión tras versión. Dos años más tarde, Hollywood adapta Doña Perfecta con el título de Beauty in Chains. La loca de la casa llegó poco después. Y Marianela (1940) fue llevada al cine por Benito Perojo, y hablada por actores populares como Mary Carrillo y Julio Peña. Estábamos en pleno cine parlante. El diálogo coloquial y cercano de don Benito era y es muy apto para el oído cinematográfico. Y supongo que también sonará bien en cingalés, ya que la cuarta versión de Marianela se ha rodado en Sri Lanka por el director Bennett Rathnayake. Por la pantalla han desfilado poderosas figuras femeninas galdosianas, varias Fortunatas y Jacintas, y Viridiana, Tristana, Amparo… Porque, como dice irónicamente Andrés Trapiello, si de lo que hablamos es estrictamente de literatura, lo que de verdad le interesa a don Benito son las mujeres. Y, desde luego, sus personajes femeninos han tenido la suerte de encontrar dobles en la pantalla de la valía de Ana Belén, Catherine Deneuve, Concha Velasco…

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Nuestros directores, sean José Luis Garci, Pedro Olea o Angelino Fons, han elegido a Galdós para algunas de sus mejores películas. Lo mismo que directores mexicanos y argentinos. Mario Camus grabó una excelente Fortunata y Jacinta para Televisión Española. Y, claro, está Luis Buñuel, que a veces parece conseguir lo imposible al cruzar melodrama y vanguardia.

Por la pantalla han desfilado poderosas figuras femeninas, como Fortunata y Jacinta, Viridiana y Tristana

Los argumentos del cine mudo se construyeron a golpe de melodrama. El arte cinematográfico se nutría de las artes consolidadas: la perspectiva tomada de la pintura, el tipo de encuadre que mantenía a los personajes centrados, las figuras a la altura de los ojos del contemplador, una música que acompañara los momentos más emocionantes —como en las novelas radiofónicas—, una iluminación justificada por una ventana o una lámpara… ¿Y la parte narrativa? Pues la parte narrativa se podía tomar de una fórmula de éxito, como eran las novelas por entregas. Pero algunos pioneros, como Griffith, aspiraban a algo más que al folletín, y su modelo literario era Charles Dickens. Por cierto, si nuestros escritores modernos miraban de reojo a Galdós, Oscar Wilde llegaba a burlarse de Dickens. En cualquier caso, el nuevo arte de imágenes móviles quería ser algo más que un mero entretenimiento. Y ahí estaba el melodrama moderno. En medio de un contexto social muy reconocible, casi siempre crítico con el entorno real, se situaba un personaje que despertaba una enorme simpatía, cariño incluso. La graduación melodramática podía variar, pero también el grado de realidad o de compasión, por no decir de belleza y perfección visual. ¿A quién no le gusta una historia emocionante encarnada en unos cuerpos hermosos? La relación entre cine y melodrama es tan sospechosa como atractiva. Y en España teníamos a Galdós, como Francia o el Reino Unido tenían a Balzac, Zola o Dickens. No se trata solo de proporcionar argumentos, sino de una manera, un método, de abordar la escritura destinada al cine. Y que es tan importante como las adaptaciones en sí mismas. Eso se puede apreciar en Viridiana (1961), de Buñuel, que está más influida por variadas lecturas galdosianas que por una novela en concreto, que en este caso serían varias: Halma, Misericordia, Ángel Guerra…

El acercamiento de Buñuel a Galdós fue tardío, ya en el exilio. La Generación del 27 no era muy proclive a la escritura al modo galdosiano, por motivos estéticos, no de contenido. La España de la diáspora, como en el caso de Buñuel, volvió a la lectura de Galdós quizá como una forma de reanudar un relato nacional cruelmente interrumpido por la contienda. La Es-paña arrebatada se volvía cercana y cálida leyendo o volviendo a leer Nazarín o Miau. Un mundo muy duro, difícil de ser aceptado para llevarse al cine. Buñuel consiguió hacerlo, desde luego, no sin provocar parecidas reacciones a las que suscitó en su día la publicación de las novelas. Y, de paso, Buñuel recompuso algunos pedazos de una tradición cultural anticlerical e ilustrada. Las mujeres extraídas por Buñuel del mundo de Galdós, como Viridiana o Tristana, son también mujeres recompuestas por ellas mismas, después de sufrir la primera un intento de violación, y la segunda, una amputación física. Las imágenes de las dos mujeres protagonistas de Buñuel son el reflejo de un espejo hecho añicos y de afiladas aristas. El espejo se puede recomponer, pero corta y hiere la propia realidad que refleja.

La España de la diáspora volvió a Galdós. Fue como reanudar un relato nacional interrumpido por la contienda

Aun hay más motivos con los que se puede relacionar a Galdós con la ficción contemporánea. En nuestro Galdós hay algo que concuerda con la televisión de hoy en día. El escritor nos ofrece un vaivén de personajes que saltan de una novela a otra, y una serialidad de episodios, entregas, historias paralelas, subtramas… La constelación narrativa que suponen las series de la pequeña pantalla tiene un precedente en el no siempre controlado torrente galdosiano. Como en las series de televisión, el resultado es muy adictivo. La lectura de Galdós produce dependencia, como la de las grandes ficciones televisivas. Queremos volver a lo que conocemos, a esos personajes que consideramos que son ya de la familia.

Los argumentos de las películas terminan cuando se produce el encuentro definitivo entre el chico y la chica, el protagonista y la protagonista, el uno y el otro. Ese suele ser el final clásico. Las series de televisión han alterado las maneras de dar término a una historia fílmica. La ficción debe prolongarse mientras la audiencia responda. Así que el protagonista y la protagonista pueden o deben buscar nuevos amores o no habrá segunda temporada. Se imponen, pues, las relaciones abiertas. El latido narrativo se configura a golpes de corazón. El adulterio, por ejemplo, prolonga el suspense amoroso.

Los que somos fieles lectores del escritor canario recordaremos siempre los amores cruzados que aparecen en Fortunata y Jacinta, que el autor subtitula con precisión como ‘Dos historias de casadas’. En el instante crítico, la indómita Fortunata no da muestras de arrepentimiento, sino que busca febril por los rincones del cuarto a su amante.

La fórmula melodramática del desenlace fatal se desvanece. El deseo es ahora la forma del destino.

Manuel Gutiérrez Aragón es cineasta y escritor.

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