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Columna
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Harina

El deber de un demócrata es aguantar la histeria colectiva como quien oye llover

Manuel Vicent
Pedro Sánchez, este martes en el Congreso durante su discurso de investidura.
Pedro Sánchez, este martes en el Congreso durante su discurso de investidura. Juan Carlos Hidalgo (EFE)

La democracia es como la harina, que alimenta hasta al más tonto y ella sigue siempre tan fina. La democracia es un sistema de gobierno que da cabida a políticos de cualquier pelaje e ideología. Los hay ladrones y honestos, competentes y patanes, moderados y trabucaires, torpes e inteligentes, duros y blandos. Así es la sociedad de donde emergen, mejor o peor, a través de las urnas con el mismo derecho a levantar su voz en el Parlamento. Allí, en el hemiciclo, a los juicios ponderados y réplicas ingeniosas se suman los insultos más bajos, los rebuznos más zafios, pero la democracia posee una resistencia extraordinaria y todo lo aguanta, lo engulle y lo digiere; es un sistema de gobierno que por su propia naturaleza siempre huele mal, porque la libertad permite a los medios de comunicación achicar continuamente basura a la superficie desde las cloacas de la sociedad y de la política. La primera obligación de un buen demócrata consiste en soportar este hedor como algo natural y tratar de no mancharse al atravesar este albañal cada día. Por otra parte, la libertad de expresión es una espléndida jaca salvaje que los medios cabalgan con furia y alegremente a galope tendido, lo que permite a cualquiera expresar una opinión estúpida, certera o detonante que se expande hasta más allá de la Andrómeda, de modo que el control del Gobierno ya no está en el Parlamento, sino en las tertulias de radio y de televisión, en las redes, en los tribunales, en ese enjambre de jueces y periodistas que invade el camarote del Gobierno, como el de los Hermanos Marx, llevando cada uno su par de huevos duros, todo a gritos, unos de risa, otros de odio. No obstante, el deber de un demócrata es aguantar la histeria colectiva como quien oye llover y pensar que la democracia es como la harina, que engorda, pero no mata, y pese a tanto idiota, ella sigue siendo siempre muy fina.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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