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Columna
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Como Donald Trump no hay ninguno

Al magnate hay que tumbarle en las urnas

Lluís Bassets
El presidente de EE UU, Donald Trump, en Pensilvania, el pasado 10 de diciembre.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en Pensilvania, el pasado 10 de diciembre. TRACIE VAN AUKEN (EFE)

A Donald Trump hay que tumbarle en las urnas. Por muchas que sean las ganas que despierta en la tropa demócrata, los dirigentes, desde la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, hasta el candidato presidencial, Bernie Sanders, hubieran preferido esperar a que fueran los ciudadanos quienes le destituyeran en las próximas elecciones. Sabedores de su capacidad manipuladora y temerosos de un impeachment que se gire como un boomerang, han actuado con cautela y sobriedad a la hora de las imputaciones, limitadas a dos, el abuso de poder y la obstrucción a la investigación del Congreso, suficientes para iniciar el proceso contra un presidente que incurra en “traición, soborno u otros crímenes y faltas graves”.

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Pudo haber traición, derivada al menos de las sospechas de complicidad con los servicios secretos rusos en la interferencia electoral. Aunque está actuando en la escena internacional como lo que se denomina un agente objetivo de Moscú, intentar probarlo está fuera del alcance de los congresistas. Pero el articulado del impeachment lo dice literalmente: “Ha traicionado a la nación al abusar de su cargo para conseguir que un poder extranjero corrompiera las elecciones democráticas”. También pudo haber soborno, puesto que amenazó con retirar una ayuda militar a Ucrania de 391 millones de dólares y con denegar una audiencia al presidente ucranio en la Casa Blanca en caso de que Kiev no accediera a las solicitudes de interferencia electoral.

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Los demócratas han optado por concentrarse en un solo caso, el del chantaje a Ucrania, descartando abrir el melón de las interferencias rusas investigadas por el fiscal especial Mueller, con muchos cabos sueltos sospechosos, pero sin resultados sobre la culpabilidad de Trump. También han preferido darle velocidad, para evitar quese solape con la campaña presidencial entre verano y otoño de 2020. De ahí que no hayan querido esperar a que los tribunales sentencien en favor del Congreso y contra el bloqueo decretado por la Casa Blanca ante las demandas de comparecencia de testigos y de entrega de documentos.

Trump es un presidente perfecto para el caso. A la vista de su comportamiento, casi predestinado. Reúne todas las condiciones, incluidos los defectos de los tres anteriores presidentes sometidos a tan humillante procedimiento. Andrew Johnson (1868), aun siendo antiesclavista y nordista, era un supremacista blanco que no quería otorgar el derecho de voto a los negros. Richard Nixon (1974) era un tramposo compulsivo. De Bill Clinton (1998) se sabía que era mejor no dejarle solo con las jóvenes secretarias y azafatas.

Los demócratas han lanzado el impeachment cuando han visto que era obligado, inevitable. De no dar el paso, avalaban las solicitudes de interferencias trumpistas en las elecciones de 2020 y sentaban un peligroso antecedente de rendición ante los poderes presidenciales.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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