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Columna
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Exceso de empatía

Las personas más empáticas tienen opiniones más desfavorables de sus oponentes políticos y disfrutan más con sus desdichas

Víctor Lapuente
Cargas policiales en el aeropuerto del Prat, tras la sentencia del 'procés'.
Cargas policiales en el aeropuerto del Prat, tras la sentencia del 'procés'.Massimiliano Minocri

La epidemia que sufren las democracias occidentales no es el populismo, el radicalismo o el separatismo. Estos son los síntomas locales de una quiebra global subyacente: el creciente partidismo. Los ciudadanos nos dividimos cada vez más en función de nuestro partido (Demócrata o Republicano en EE UU) o bando (izquierdas y derechas en España, separatistas y constitucionalistas en Cataluña).

No nos fragmentamos porque se haya agrandado nuestra distancia ideológica o cultural. Los estudios en EE UU, donde existen más datos, indican que, si acaso, los ciudadanos vamos convergiendo en unos valores fundamentales, como el respeto a las minorías sexuales o étnicas. Pero la polarización política intoxica paulatinamente nuestras vidas. Ahora sentimos más Schadenfreude (placer por el dolor ajeno) cuando nuestros adversarios políticos sufren una desgracia. Así que las mismas imágenes, sin manipular, de las cargas policiales del 1-O o la violencia de los CDR el mes pasado podrían desencadenar sentimientos opuestos: dolor en unos, satisfacción en otros. Ya no es humanidad contra barbarie. Es tu tribu contra la mía. Y en la guerra todo vale. El partidismo determina también los amigos o el lugar de residencia. Y la evidencia experimental muestra que, hasta cuando ofrecemos un trabajo en el sector privado, discriminamos a los candidatos que aparentan ser del partido contrario.

¿Cómo nos hemos metido en este callejón de oscurantismo político? Los factores materiales, como una mayor desigualdad económica, pueden explicar algo, pero son insuficientes. La polarización política se da tanto en las democracias más desigualitarias (las anglosajonas) como en las más igualitarias (las nórdicas).

En una investigación revolucionaria, la politóloga Elizabeth Simas y sus coautores señalan un culpable insospechado: la empatía. Concebida en general como cura de la polarización, la empatía podría en realidad exacerbarla. Las personas más empáticas tienen opiniones más desfavorables de sus oponentes políticos y disfrutan más con sus desdichas. Porque, si eres muy empático, sientes más el tormento de los tuyos que el de los otros —quienes, además, son percibidos como culpables de vuestras penas—.

El problema no es, como dijo Obama y repiten nuestros líderes de opinión, nuestro “déficit de empatía”, sino, por el contrario, nuestro exceso de empatía. @VictorLapuente

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