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Columna
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Dedo índice

Con ese dedo erguido se nos amenaza, se nos acusa, se nos inculpa, se nos indica el único camino recto que debemos seguir.

Manuel Vicent
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 9 de mayo.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 9 de mayo. JONATHAN ERNST (REUTERS)

A pocos meses de nacer, antes de que balbuceen las primeras palabras, los niños identifican las cosas señalándolas con el dedo. En ese gesto no está implícita aún la inteligencia. Ese dedo infantil solo está movido por la voluntad. Lo señalo, existe, lo quiero, parece que quieren decir esos tiernos seres recién llegados a este mundo. En la cuna comienzan señalando cualquier juguete, como lo hace Jehová al crear con el dedo un juguete llamado Adán, según lo pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. En nuestra cultura el dedo índice tiene distintos significados, todos imperativos. Con ese dedo erguido se nos amenaza, se nos acusa, se nos inculpa, se nos indica el único camino recto que debemos seguir. Ese gesto lo usan como señal de autoridad los moralistas, los políticos fanáticos, los censores, quienes poniendo el dedo sobre los labios nos advierten de que nos conviene callar. He aquí la forma en que el dedo infantil, que en su momento fue creativo, acaba convertido en un poder de destrucción. A lo largo de la evolución humana, después de que los primates generaran las cosas señalándolas con el dedo, comenzaron a crearlas con palabras. Así irían Adán y Eva desnudos en el hipotético paraíso terrenal señalando primero y dando nombre después a los animales, plantas, árboles y frutas hasta llegar a la manzana de la inteligencia. Las cosas se creaban al nombrarlas. A partir de entonces solo existen las cosas que tienen nombre, del que deriva un poder mágico. Llamas al lobo y el lobo viene; hablas una y otra vez de crisis y por fin la crisis llega; dices que todos los políticos son una mierda y lo acaban siendo; repites que en este país existe un clima políticamente irrespirable y al final te asfixias; pronuncias a gritos la palabra libertad y solo por eso ya te crees libre, pero en este caso llega el aguacil y te mete el dedo en el ojo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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