_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lecherita

Nuestra casa nos gusta, y jamás quisimos acometer ejercicios especulativos que exceden el alcance de nuestra comprensión y de nuestra moral

Marta Sanz
Alejandra Jacinto Unidas Podemos
La abogada y activista de la PAH Alejandra Jacinto ante uno de los bloques desmantelados tras su venta a fondos buitre.Víctor Sainz

Ahora que está de moda una transparencia espectacularizada con la que personajes famosos alcanzan notoriedad por lo que largan; ahora que confundimos sincericidios con autenticidad y honestidad brutal con desnudos posados; ahora que para ser guay debes confesar el dinero que tienes o el número de polvos que te echas al año, mes, semana, día —hay gente muy mitómana: no me vengáis con milongas—; ahora que se cuantifica el sexo y se sexualiza la cantidad, y se confunde el imperativo “mírame” con exhibicionismo follador y alarde comprador; ahora que se mezcla en turbia nebulosa el poder adquisitivo con la inteligencia suma; ahora, me esfuerzo por modernizarme y, aunque no me pregunten, digo que: no dispongo de segunda residencia; guardo en el Banco unos pequeños ahorros porque tengo pánico de morirme sin pensiones ni caja de la Seguridad Social; y follo, hago el amor o me enternezco continuamente. Que soy monógama por elección —estoy buenísima— y tengo un piso en propiedad, libre de hipoteca, en el centro de Madrid. Es un piso de cien metros, exterior, luminoso. Un tercero sin ascensor. No está en venta. Porque es nuestra casa. La casa donde vivimos. La casa que nos gusta y con la que jamás quisimos acometer ejercicios especulativos que exceden el alcance de nuestra comprensión y nuestra moral muy, muy retrógrada, en lo que se refiere al manejo, más o menos épico, de la pasta. Los años de la beautiful people y las invitaciones desprejuiciadas a un enriquecimiento que, a menudo, está en la médula de la corrupción, nos enseñaron cosas que no hemos echado en saco roto. No profesamos la santa pobreza, pero tampoco somos víctimas propiciatorias de estafas piramidales: nuestro carácter no es emprendedor ni nuestra mentalidad se articula con un capitalismo naif.

Compramos nuestro piso por 10 millones de pesetas hace más de 20 años. Nos hipotecamos, pero pudimos deshipotecarnos gracias a la ayuda de mi familia. No se nos ocurrió vender esta casa y comprar una cesta de huevos de la que nacerían pollitos que serían triturados impunemente en cualquier parte menos en Suiza. Después, venderíamos la pasta de pollito para hacer salchichas y pastillas para caldo y, tacita a tacita y pastilla a pastilla, lograríamos levantar un emporio cuyos beneficios nos permitirían comprarnos una mansión en La Finca, de paredes vitrales, para poder fornicar, fornicar y fornicar, con un bamboleo entre blasfemo y religioso, casi públicamente, en nuestro escaparate, pero a la vez muy protegidos por un servicio eficiente de seguridad privada. Todo esto podría haber sucedido si alguna vez hubiésemos abierto la puerta a uno de esos agentes inmobiliarios que te quieren tasar la casa gratis y te la venden en un pis pas por 10 veces el precio que te costó. Mientras tanto, el barrio en el que vivimos se llena de tiendas donde las personas que cobran sueldos de tres cifras no pueden comprar el pan, la liberalización del precio del alquiler expulsa al vecindario más vulnerable, y señores filantrópicos que se anuncian en televisión cambian la vivienda de ancianitos y ancianitas por plazas en residencias chéveres en las que les alimentarán con galletas y gelatinas de colores. Sabemos que nuestra hora llegará. De hecho, me parece que ya están tocando el timbre.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_