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Columna
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Europa es culpable

Trump deja tirados a sus aliados kurdos y endosa a los vecinos europeos las consecuencias de sus decisiones sobre Siria

Lluís Bassets
Columnas de humo en la ciudad siria de Ras al-Ein, tras un bombardeo turco.
Columnas de humo en la ciudad siria de Ras al-Ein, tras un bombardeo turco.SEDAT SUNA (EFE)

Todavía es un país candidato a ingresar en la Unión Europea y todavía permanece en la Alianza Atlántica. Todavía cuenta con elecciones, partidos y algo de pluralismo, pero sus cárceles rebosan, los medios de comunicación callan, y jueces, militares y policías, instituciones fundamentales antaño de la república kemalista, se hallan bajo control. Cada vez más cerca de la dictadura. O del sultanato otomano.

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El torbellino sirio, una guerra civil e internacional con seis años ya de atrocidades y matanzas, ha entrado en una nueva fase, en la que Turquía tiene la vara alta. Dos potencias regionales más empujan en este conflicto por procuración: Irán y Arabia Saudí. Pero Turquía es la que juega más fuerte. Con envites que modifican el tablero internacional, aunque su propósito sea nacional: consolidar el poder personal de Erdogan. Con la invasión, Ankara ha subvertido a su favor un viejo proyecto humanitario de Naciones Unidas de una zona segura donde pudiera refugiarse la población civil. El perverso diseño de Erdogan, en cambio, trata de reasentar a quienes están refugiados ahora en Turquía en el territorio sirio donde los kurdos, tras destruir al Estado Islámico, habían organizado su autogobierno.

Trump no ha vacilado en darle luz verde y en traicionar a sus aliados. Su visión mercantilista y mafiosa del mundo no da para más. Una llamada de Erdogan, con negocios de armas por medio, ha bastado para un cambio de rumbo que han repudiado el Pentágono, la CIA e incluso el partido republicano y las Iglesias evangelistas, horrorizadas ante un renacimiento del Estado Islámico gracias a la frivolidad presidencial.

Erdogan y Trump, dispuestos a desestabilizar la región, coinciden en desviar hacia los vecinos europeos las consecuencias de sus tenebrosas decisiones. Si no les gusta la invasión turca, que se queden con los terroristas prisioneros de los kurdos y se dispongan a acoger a los tres millones y medio de demandantes de asilo sirios.

La UE no ha hecho los deberes, cierto. El acuerdo con Turquía, para que acogiera a estos tres millones y medio de migrantes a cambio de fondos europeos, tenía todo el sentido si Bruselas aprovechaba la tregua para armar una política de asilo, repartir las cuotas de acogida y organizar las fronteras. No se ha hecho. Pero los mismos que han echado el freno nacionalista a estas políticas son los que luego también echan toda la culpa a Europa. Como Trump y Erdogan. Todos desde sus respectivos nacionalismos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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