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Columna
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El riesgo de la antipolítica

Si alguien cree que la democracia resulta cara, puede hacer los cálculos de cuánto cuesta ordenar la vida de un país al margen de ella

Mariola Urrea
Urnas y otros materiales para elecciones generales.
Urnas y otros materiales para elecciones generales. Albert García

La convocatoria de una nueva cita electoral está ordenando la conversación política en un sentido no exento de riesgos. La insistencia en analizar el tema bajo el parámetro de la pretendida carestía económica de unas nuevas elecciones o del hartazgo por tener que ejercer nuevamente el derecho al voto resulta curioso. No quiero restar importancia a la frustración que provoca en la ciudadanía observar las dificultades de nuestros representantes políticos para formar mayorías suficientes que garanticen la gobernabilidad del país. Tampoco pretendo negar un espacio público que permita ejercer el derecho al enfado, aunque no sea demasiado productivo. Simplemente me preocupa la forma en la que pueda terminar canalizándose ese malestar y, más aún, que se impongan respuestas simples, por ser estas aparentemente más eficaces y baratas. De ahí que valga la pena recordar que la calidad de los sistemas democráticos necesita recursos económicos suficientes también para preservar derechos como el de sufragio activo y pasivo. Si alguien cree que la democracia resulta cara, puede hacer los cálculos de cuánto cuesta ordenar la vida de un país al margen de ella.

Tratar de preservar la virtud del sistema democrático apelando a criterios de ahorro económico o juzgar el desempeño de quienes se dedican a la vida pública en función de su capacidad para no molestarnos durante cuatros años me parece muy discutible. Más bien creo que un análisis de esta naturaleza desnuda la fragilidad de nuestra cultura democrática y convierte a la "antipolítica" en una tentación atractiva a la que algunos ya han sucumbido. Merece la pena insistir, por ello, en que el funcionamiento del sistema democrático tiene cierta complejidad de la que resulta muy difícil prescindir sin comprometer su viabilidad. Es un imperativo democrático subrayar esa complejidad y tratar de hacerla comprensible como antídoto frente a la satisfacción que encuentra el enfado, la rabia o el hartazgo en soluciones simples. Garantizar la calidad del sistema institucional y preservar la sostenibilidad del sistema político con el propósito de disponer de buenas políticas públicas exige el compromiso de quienes se dedican a la política, pero también interpela a los ciudadanos.

Desde este planteamiento, reivindico la necesidad de cuidar nuestro sistema político ordenando la conversación pública para estas elecciones en torno a cuestiones nucleares, de tal forma que sea posible discutir sobre un proyecto político ambicioso de país, capaz de garantizar la convivencia entre diferentes y con potencia suficiente para trascendencia la gestión de los asuntos ordinarios. La ausencia de un debate en profundidad sobre el futuro de España en la conversación de nuestros líderes políticos es lo que, a mi entender, debería motivar un gran enfado nacional. En ningún caso el simple hecho de tener que volver a votar. Si nada de lo expuesto les convence y todavía siguen enfadados… les propongo como lectura de urgencia Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago. No les dejará indiferentes.

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Sobre la firma

Mariola Urrea
Doctora en Derecho, PDD en Economía y Finanzas Sostenibles. Profesora de Derecho Internacional y de la Unión Europea en la Universidad de La Rioja, con experiencia en gestión universitaria. Ha recibido el Premio García Goyena y el Premio Landaburu por trabajos de investigación. Es analista en Hoy por hoy (Cadena SER) y columnista en EL PAÍS.

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