Las mujeres a las que amó Jacques Chirac
El expresidente mantuvo una agitada vida amorosa en paralelo a un matrimonio longevo con Bernadette Chirac. Uno de sus 'affaires' más conocidos fue con Claudia Cardinale
La historia corre desde hace años como anécdota jamás desautorizada en Francia. Si no había manera de localizar a Jacques Chirac la noche del 31 de agosto de 1997 en que murió Lady Di en un accidente de tráfico en París, es porque el presidente francés estaba con una de sus amantes, y no con cualquiera: la actriz Claudia Cardinale. La vida del político ha vuelto al foco de interés tras su reciente fallecimiento.
“Muchas mujeres querrían haberlo hecho suyo”, dijo Bernadette Chirac, su esposa de toda la vida, en una de las pocas ocasiones que accedió a comentar las infidelidades de su marido, aunque jamás lo abandonó ni dejó de apoyarlo en su carrera. “Esta pareja es una pequeña empresa convertida en 60 años en una multinacional de la política”, resume Arnaud Ardoin, autor del libro sobre Chirac Presidente, la noche acaba de caer.
Que a Jacques se le iban los ojos —y algo más— tras las mujeres es algo que Bernadette supo pronto. Ambos se conocieron en 1951 en Sciences Po. La modosa estudiante de origen aristocrático cayó rápidamente rendida ante ese carismático y alto joven que ya se hacía notar en la Escuela de Ciencias Políticas de París que ha formado a buena parte de los gobernantes franceses, incluido el actual presidente Emmanuel Macron.
“Ella se enamora rápidamente de él (…) Chirac sueña con acceder a la aristocracia. Pronto ve en ella una aliada, a esa mujer que va a ponerse a su servicio desde el principio. Piensa que ha encontrado a la compañera ideal”, cuenta el periodista Erwan L’Éléouet, autor de la biografía Bernadette Chirac, los secretos de una conquista. “Bastante rápido, se establece una gran complicidad. Aprendemos a conocernos, sin dejar jamás de hablarnos de usted (algo que mantuvieron durante sus 63 años de matrimonio), como era la tradición en su familia”, contaba Chirac en sus memorias Cada paso debe ser un objetivo. Ahí reconoce que, durante el cortejo, no renunció a la “compañía de otras señoritas de Sciences-Po”. Y que, durante un viaje a Estados Unidos, llegó a comprometerse con una “hermosa” norteamericana, Florence Herlihy, a pesar de haber dejado a Bernadette en París. Tras la firme oposición de sus padres, acaba regresando a París y a Bernadette, con quien se casa en 1956.
Pero ni el matrimonio, ni las dos hijas que tienen, ni la carrera ascendente de Chirac hacen que el hombre que un día llegaría a conquistar el Elíseo deje de conquistar, por el camino, a otras mujeres. ¿Cuántas? Eso es hasta hoy discutible, aunque testimonios y libros sobre las historias amorosas de quien algunos llamaban el señor “tres minutos, ducha incluida” por la velocidad de sus escarceos, no faltan. Entre ellos, el de su antiguo chofer Jean-Claude Laumond, que avaló la anécdota de Claudia Cardinale. Esta lo desmentiría, pero en 1998, Bernadette Chirac soltó en un evento: “¿Por qué tanta prensa? ¡Ni siquiera soy Claudia Cardinale!”
“Al principio fue duro, después me acostumbré. Me dije que era la norma y que había que sufrirlo con toda la dignidad posible”, confesaría la ex primera dama en 2016, en el documental Memoria de una mujer libre. Y retos a esa “dignidad” no faltaron. El mayor: la periodista Jacqueline Chabridon, la mujer por la que Chirac casi echa por la borda su carrera política y su matrimonio, como relata Jacques y Jacqueline, un hombre y una mujer ante la razón de Estado, de las periodistas Laureline Dupont y Pauline de Saint-Rémy.
Era 1975. Chabridon, una periodista treintañera, casada y madre de una niña, sigue al entonces primer ministro para el diario conservador Le Figaro. Durante un viaje, Chirac desafía a los periodistas a comerse su plato favorito, cabeza de ternera. Ella acepta el reto. Chirac cae rendido. La relación durará año y medio y pondrá seriamente en riesgo la carrera del ambicioso político, que incluso alquila un piso para sus encuentros. Según cuenta el historiador Jean Garrigues en el recién publicado Una historia erótica del Elíseo, de Pompadour a los paparazzi, Chirac entre otras excentricidades, hace abrir una boutique de lujo a las 11 de la noche para su amante. Mientras, Bernadette calla. La tensión es máxima durante un viaje a la India. Chabridon forma parte del cortejo de prensa entre el cual es un secreto a voces la relación extramarital del primer ministro con una de los suyos. Bernadette acabará hablando con la consejera de su marido, Marie-France Garaud. El ultimátum, cuenta Garrigues, llegó cuando se supo que un periódico iba a publicar una historia sobre “el apartamento de soltero del primer ministro”. “Uno no se divorcia cuando espera alcanzar las funciones más altas” del Estado, le recordó Garaud al político infiel, que acabó poniendo fin a la arriesgada relación.
Aun así, las historias amorosas —algunas fugaces, otras más serias, como con otra periodista con la que fue fotografiado en 2001 en la isla Mauricio— continuarían en lo que Garrigues denomina una “bulimia de conquistas”.
Pese a todo, los Chirac continuarán juntos. Y será Bernadette la que se ocupe de él, en su ya ocaso político, personal —su hija Laurence muere en 2016— y de salud hasta su muerte a los 86 años.
Bernadette “fue su mejor soldado”, afirma L’Éléouet. “La mujer que nunca lo traicionó, con la que podía contar pasara lo que pasara (…) Pese a todas las tormentas, ella ganó. Es con ella con quien acabó sus días”.
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