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IDEAS
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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Avigdor Lieberman, el Judas de la derecha israelí

El ultraconservador, que entró en política de la mano de Netanyahu, pretende privar al primer ministro de la mayoría en las elecciones del martes

Juan Carlos Sanz
LUIS GRAÑENA

"Me reconozco en muchos actos de traición. A veces es un título de honor", explicaba hace cuatro años Amos Oz en Tel Aviv al hilo de la publicación al español de su última novela, Judas. El escritor hebreo fallecido hace ocho meses reivindicaba la figura del traidor como transformador en sociedades atenazadas por el conflicto. En Avigdor Lieberman (Chisináu, 1958), la derecha de Israel parece haber encontrado su Judas. Es el responsable de que su país se disponga a repetir elecciones el martes, apenas cinco meses después de unas legislativas cuyos resultados no permitieron formar Gobierno. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, y la alianza de formaciones de la derecha que aglutina se vieron privados de mayoría en la Knéset (Parlamento de 120 escaños) por su defensa del laicismo ante las imposiciones de los ultrarreligiosos en el Estado judío.

Los sondeos entregan a Lieberman la llave de la gobernabilidad de Israel, con 10 escaños para su partido Israel Nuestra Casa, el doble que en los comicios de abril, frente al empate técnico (en torno a 55 votos) entre el bloque conservador y el de centro-izquierda sumado a la lista de partidos árabes. Ha peleado duro para lograrlo. Tuvo que trabajar como portero de discoteca para abrirse camino en la elitista Universidad Hebrea de Jerusalén, adonde llegó en 1978 emigrado desde la Moldavia absorbida por la antigua URSS. Como la mayoría de judíos de origen soviético, no simpatizaba con los partidos de izquierda. Cuando no se peleaba en el campus con estudiantes árabes frecuentaba las reuniones del movimiento racista Kach, proscrito años después por amenazas a los árabes, y cuyos herederos intentan retornar ahora a la Knéset bajo la denominación de Poder Judío.

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En los años ochenta coincidió en el Likud —el gran partido sionista conservador que puso fin a la hegemonía política del laborismo en Israel— con Netanyahu. Fue chico de los recados de un líder prometedor, de un sabra pata negra nacido en Tel Aviv en el seno de la aristocracia askenazi fundadora del Estado judío. Asistente personal, chófer ocasional y, a menudo, confidente, acabó siendo la persona que mejor conoce las debilidades del actual líder de la derecha y primer ministro en funciones. La fidelidad fue recompensada por su mentor cuando alcanzó el poder en su primer mandato al frente del Gobierno (1996-1999). Jefe del poderoso gabinete interno del primer ministro, Lieberman acabó por buscar su propio camino sin alejarse demasiado del ala protectora de la gran derecha de Netanyahu.

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Fundó entonces Israel Nuestra Casa, el partido más votado entre los cerca de un millón de rusohablantes afincados en el Estado judío, con identidad cultural y religiosa propias: laicos y aficionados al beicon, pero muy conservadores y antiárabes. Y empezó a ser considerado un supervillano. La oposición de centro-izquierda y los partidos de la minoría de origen palestino le tacharon pronto de extremista y racista. Vecino desde hace tres décadas de la colonia judía de Nokdim, asentamiento de Cisjordania próximo a Belén, Lieberman llamó la atención del público al defender que la mejor solución al conflicto palestino era seguir la estrategia de Putin para aplastar la revuelta nacionalista islámica en Chechenia.

Lieberman regresó al poder en 2009 como ministro de Exteriores de la mano de Netanyahu, cuando este concluyó una década de travesía del desierto político. Sus abracadabrantes visitas, recuerdan veteranos diplomáticos, eran las menos deseadas en las cancillerías europeas. El primer ministro lo puso al frente de la cartera de Defensa en 2016. En el complejo Kyria de Tel Aviv, el puesto de mando más estratégico del Estado judío donde también tiene su despacho el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Lieberman inició una aparente metamorfosis hacia el pragmatismo mientras su antiguo maestro se desgastaba acosado por casos de corrupción tras un decenio de mandatos ininterrumpidos.

Su partido más votado entre los cerca de un millón de rusohablantes afincados en el Estado judío, muy conservadores y antiárabes

En noviembre del año pasado, cuando Netanyahu impulsó una tregua de larga duración con Hamás en la franja de Gaza, Lieberman abandonó el gabinete: la primera señal de que aspiraba a desafiar a su mentor. Forzó de repente el adelanto electoral al romper la coalición que sustentaba al Gobierno más conservador de la historia de Israel. En las legislativas de abril perdió votos, pero sus cinco escaños eran clave para poder reeditar el pacto derechista con mayoría en la Knéset. Se escudó entonces en la reforma del servicio militar, que él mismo impulsó desde Defensa, para vetar una coalición con los ultraortodoxos si no acataban antes el alistamiento de estudiantes de las yeshivas (escuelas talmúdicas).

Ahora, Lieberman propugna un Gobierno de unidad nacional —defenestrados sin miramientos los ultrarreligiosos— entre el Likud de Netanyahu y la alianza centrista Azul y Blanco del exgeneral Benny Gantz (empatados ambos casi a 32 escaños en los sondeos) en el que Israel Nuestra Casa aspira a reservarse un papel arbitral clave. De los resultados del martes dependerá si los cálculos del antiguo asistente político de origen moldavo le tornan en hacedor de reyes en Israel o si un resurgimiento de Netanyahu —a quien el fiscal general aguarda dentro de tres semanas para entregarle una citación por corrupción— le condena al infierno de la oposición.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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