_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos déspotas

Los populistas cultivan las imágenes chocantes, con mojitos playeros o en modo descortés hacia sus anfitriones

Xavier Vidal-Folch
Emmanuel Macron y Boris Johnson en el palacio del Elíseo.
Emmanuel Macron y Boris Johnson en el palacio del Elíseo.AFP

"Berlín, 1933”. Este es el texto de una pancarta que los manifestantes británicos europeístas enarbolaban el sábado frente al número 10 de Downing Street. 1933 fue el año del asalto al poder parlamentario —en unas elecciones degradadas por la violencia nacionalsocialista— de Adolf Hitler. Paradojas de la historia: Boris Johnson, que ha biografiado con soltura a su contrafigura, Winston Churchill, es acusado ahora en la calle de imitar al autócrata nazi.

Más información
Miles de personas salen a la calle en el Reino Unido contra el cierre del Parlamento británico
Anatomía de un suicidio político

Con menor brutalismo que la pancarta, la prensa de calidad británica dedica al premier las mayores cargas de profundidad que le hayamos leído en decenios. En un editorial que pasará a los anales del periodismo, el Financial Times del jueves le vinculaba al grupo de “charlatanes, demagogos y aspirantes a dictador” que desprecian a la institución parlamentaria; le acusa de “vandalismo constitucional” y le describe como un “déspota”.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Mientras ese déspota empieza a ejercer como tal, otro abandona el empeño, al menos por un tiempo. Matteo Salvini se lo jugó todo a una carta, y la perdió. Cometió el error de dinamitar al Gobierno bipopulista del que era vicepresidente. Propugnó un adelanto electoral reclamando los “plenos poderes” de que gozó Benito Mussolini. Y concitó así contra su figura una amplia (y compleja) alianza que le ha desbancado del poder: ¡parlamentariamente!

La defenestración de Salvini evidencia que la deslealtad extrema cotiza mal; que el fracaso de una rebelión es cruel para el rebelde; que la atracción del autoritarismo unipersonal es limitada. Y que los euroescépticos émulos del Brexit tienen en Europa menos margen del que se les suponía.

Salvini se fue a casa acusando a sus rivales de involucrarse en un complot de París, Berlín y Bruselas: la típica acusación franquista, por elevación, a las “conjuras extranjeras”. El demagogo italiano apareció en público nervioso y cariacontecido. Pocas veces una imagen resulta tan significativa.

Los populistas cultivan las imágenes chocantes, con mojitos playeros o en modo descortés hacia sus anfitriones. Glosé aquí a Johnson con los zapatos encima de la mesa de Emmanuel Macron. Luego se supo que todo había sido una broma, pero algunos ya habíamos confundido a los lectores: les pedí excusas en el blog del Defensor del Lector, y las reitero.

Las bromas de los déspotas son muy pesadas. O idiotas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_