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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El 112 más clandestino de la frontera

Los migrantes encuentran apoyo a pesar del rechazo social y la violencia policial en Bosnia-Herzegovina

Aprovechando la oscuridad, varios voluntarios se aventuran a ayudar a los refugiados de la zona de Velika Kladusa
Aprovechando la oscuridad, varios voluntarios se aventuran a ayudar a los refugiados de la zona de Velika KladusaDiego Menjíbar (No Name Kitchen)

Son las 7:48 am. En una carcomida mesa de té donde todo el mundo bebe café, el teléfono inteligente menos inteligente del barrio comienza a encenderse. Es de segunda mano y de vocación analógica. Carga lento, descarga rápido y su batería vive permanentemente asistida por otra externa que si se apaga, lo mata. Ya no está para estos trotes, pero ahí va, aguantando esta crisis humanitaria mejor que nadie en las tierras fronterizas de Velika Kladusa, donde lo bosnio y lo croata se reta a los ojos.

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¡Bip, bip! Suena la llegada del primer mensaje del día: "Hola, sistra*. Nosotros llegar hoy. Policía Croacia problema. No hay nada. Necesita comida, ropa y saco de dormir. Por favor". En un inglés precario pero legible, este mensaje se suma a los otros 17 de WhatsApp, 8 de Facebook y 1 en IMO, una aplicación muy popular entre pakistaníes, bangladesíes e indios. Con una alerta más en Viber, va sumando 28.

Virginia está hoy a cargo del teléfono. Forma parte del equipo de distribución junto a Martín, quien se encargará más tarde de preparar los paquetes a repartir. Ella se barre las legañas de la cara, saca la lista de pedidos y revisa los compromisos ya cerrados por el equipo anterior. Esto suele ocurrir por la aparición inesperada de personas en los puntos de reparto. Personas que no tienen teléfono para solicitar ayuda y acordar un encuentro.

Sí, suena poco creíble lo de cruzarse medio mundo sin teléfono. Uno necesita mapas, contactar con la familia y tener el 112 listo por si las moscas. Sin embargo, a veces llega la policía croata: te detiene, te grita, te insulta, te humilla, te roba el dinero, te quema la mochila, te patea, te escupe, te encierra y te asfixia. Esta barbarie tampoco debería sonar creíble, pero es una realidad que incluso los propios agentes han denunciado.

A continuación, un policía sin más identificación que su pasamontañas te requisa el teléfono. Lo observa, saca la tarjeta SIM y ¡crack! la parte en dos. Luego pega un mazazo a la pantalla con la empuñadura del arma. Escarmiento ilegal oficial. Ilegal porque el uso de fuerza no está permitido salvo en casos de resistencia a la autoridad o como defensa propia. Oficial porque esto lo paga cada ciudadano europeo con sus impuestos. No hay descuento en la factura.

"Buenos días, ¿cuál es tu nombre?", responde con amabilidad Virginia a uno de los mensajes. "Yo, Hamza", contesta un joven de Mosul, una ciudad al norte de Irak. La comunicación no es fácil. Al preguntar por su ubicación actual, Hamza atina a decir que está durmiendo en una casa abandonada, usando una mezcla de inglés, árabe y emoticonos que haría temblar a Oxford.

Con el punto de encuentro pactado, Virginia anota todo lo necesario para Hamza: Comida para 5 personas, 3 sacos de dormir, 3 pantalones de talla media y 4 pares de zapatos. Pero es posible que ya no queden zapatos en el almacén, en cuanto llega una donación todo vuela. Es lo que tienen las devoluciones con violencia, que la gente vuelve descalza y cojeando.

Tan solo hace 15 días que Hamza le contaba a Jack, otro voluntario, su anterior experiencia con la policía croata. Tenía el labio roto y marcas en la espalda como latigazos en película de esclavos. La moral también, reptando a ras de suelo. Con todo, Hamza tenía claro que iba a reintentarlo en cuanto su hermano, desde Lyon, le mandase algo de dinero para el viaje.

Al final de la charla Jack le dio un papel diminuto donde aparecían un número de teléfono y un nombre de usuario de Facebook. Así fue como encontró la clandestina, pero famosa, línea de asistencia de No Name Kitchen en Bosnia-Herzegovina. En ella, todas las personas que cruzan la zona pueden solicitar ayuda, lo que sea: unas sandalias, un campin-gas o una pastilla de jabón, si lo hay y hace falta, es distribuido cada noche sin que nadie parezca saber lo que está sucediendo; pero sucede.

El rechazo social hacia los migrantes se siente incluso en los supermercados, donde se les tiene prohibida la entrada
El rechazo social hacia los migrantes se siente incluso en los supermercados, donde se les tiene prohibida la entradaRicardo Fernández

"Tened cuidado en la zona del estadio de fútbol, ayer vimos a un vecino haciendo fotos a la matrícula", avisa Arrate. Ella estuvo distribuyendo paquetes de comida la noche anterior, a sabiendas de que ni los vecinos ni la policía ni el espíritu santo deben saber lo que hacemos. Dar comida a alguien con hambre no es ilegal a no ser que ese alguien no tenga visado y provenga de un país empobrecido.

Para Hamza y otras personas como Lilia o Kuldeep, quienes llevan años siendo ignoradas, rechazadas o incluso torturadas, tener un lugar donde sentirse escuchadas y atendidas es lo más parecido a encontrar refugio en un lugar tan hostil.

De camino al parque donde se suele reunir la comunidad afgana, Virginia se para frente a la puerta del supermercado y lee el cartel que acaban de colgar en la puerta "Prohibida la entrada a migrantes". Con toda la tristeza que esto le provoca, saca el móvil para tirar una foto al letrero, pero la notificación de un nuevo mensaje la detiene. "Buenos días. Soy Amina. Mi familia tiene necesidad de comida. Somos 4 y tengo dos hijos. Por favor, no tenemos dinero. Ayuda, amigos míos". Virginia escucha el audio, en un francés muy argelino, y se olvida del cartel, decidida a ayudarla para que Amina también se olvide de todos los carteles que no necesita este mundo.

* Nota del autor: Sistra significa 'hermana' en bosnio-croata-serbio-montenegrino; un término comúnmente usado por los migrantes para referirse a las voluntarias.

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