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Columna
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Con Iglesias no

Toda negociación es siempre un pulso, pero en algún momento lo de Sánchez y el líder de Podemos se convirtió en un duelo, y eso lo cambiaba todo

Teodoro León Gross
Captura de video en el que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, anunció que renuncia a entrar en el Gobierno de Sánchez.
Captura de video en el que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, anunció que renuncia a entrar en el Gobierno de Sánchez.EL PAÍS

El problema es Iglesias, había establecido La Moncloa. Toda negociación es siempre un pulso, pero en algún momento lo de Sánchez e Iglesias se convirtió en un duelo, y eso lo cambiaba todo. A partir de ahí nada podía funcionar con la lógica del diálogo racional. Desde ese momento, era ya un asunto personal, un duelo al sol de la canícula ardiente.

Irónicamente la noche electoral, frente a Ferraz, los militantes coreaban “con Rivera no, con Rivera no…” y Sánchez replicó: “Nosotros no vamos a poner cordones sanitarios”. Al final, sin embargo, era Sánchez quien decía a los suyos: “Con Iglesias no, con Iglesias no…”. En una inversión de papeles, vetó abiertamente a su socio preferente. No es que no se fiase de Iglesias, que claramente no, sino que temía que ejerciera de presidente B; no ya vicepresidente sino directamente presidente B, con una corrosión inevitable del Gabinete desde dentro.

Por eso Sánchez ha recurrido a personalizar directamente el problema en Iglesias, incluso cuestionando que defienda la democracia española. Identificar al villano simplifica el relato, que era lo necesario ahora. Y así es como este duelo al sol fue tomando ecos de retórica de wéstern. Sánchez encañonó a Iglesias y le marcó territorio al modo de Eastwood en Sad Hill: “El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas”.

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Es fácil imaginar a Iván Redondo dando a Sánchez la lección de Simms en Río Rojo: “Llena a un hombre de plomo, húndelo en la tierra y después lee la Biblia sobre él”. Sólo hay que cambiar Biblia por Constitución. Eso sí, la idea de hacer virtud liquidando a Iglesias, identificado como peligro para la democracia, tenía cierto riesgo: aglutinar a Podemos en torno a su líder humillado. “El veto a Pablo se extiende a todo Podemos”, dijo Irene Montero. Es una reacción muy del orgullo carpetovetónico, por más que Iglesias en 2016 sí había aceptado esto y además con 30 diputados más que ahora: “Si el obstáculo soy yo, no hay ningún problema. Hay compañeros en Podemos suficientemente capacitados para ejercer esa responsabilidad…”. En definitiva esto ya era un asunto personal, enredado con la dignidad y viejas cuentas pendientes, sin otra salida.

El presidente desconfía abiertamente de esa amenaza del presidente B, porque no es lo mismo la agenda de un Ayuntamiento o una autonomía que la agenda de Venezuela, de Trump, de los contratos militares con países como Arabia Saudí, de la inmigración desde el norte de África, y por supuesto Europa. Sánchez, que cuida particularmente la proyección internacional, tenía motivos. De ahí la necesidad de construir el marco que excluyese singularmente a Iglesias. En definitiva, en este duelo, el relato era determinante. Parafraseando al reportero Maxwell Scott en El hombre que mató a Liberty Valance: “Así es el oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicar la leyenda”. Y no solo el oeste, también la política. Iglesias va a tener que cavar.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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