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La paradoja y el estilo
Columna
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Deshojando la margarita

Yo veía como el colmo de lo 'snob' ser rico pero disfrutar de sentirte pobre por un rato

Los reyes Juan Carlos y Sofía con la infanta Elena, en Sanxenxo.
Los reyes Juan Carlos y Sofía con la infanta Elena, en Sanxenxo.Salvador Sas (EFE)
Boris Izaguirre

Stella McCartney, la celebre diseñadora hija de Paul McCartney, acaba de declarar que la ropa no debería lavarse tanto. El mundo y la industria del detergente casi colapsan. La mayoría vestimos una prenda y la ponemos en el cesto de la ropa sucia al final del día. Yo, por lo menos, soy así. Al parecer no es algo sostenible, acumular ropa sucia genera más consumo y contaminación. En cualquier caso Stella, tan posh e inglesa, renovó un hábito muy frecuente en los británicos, tanto en sus clases bajas como en las superiores: hasta que la ropa huela de verdad, no se lava. Y si hace frío, no se sube el radiador, sino simplemente te pones otro jersey encima del que ya llevas.

Me encantan esas afirmaciones rotundas en personas superpijas. Hubo una época, en la infancia de Stella, en la que los ricos jugaban a vivir como pobres y gente como los Saboya, los herederos al supuesto trono de Italia, se fotografiaban en unas grutas en el Mediterráneo haciendo como que vivían con lo justo, comiendo higos y a punto de practicar el nudismo. Yo era un niño impresionable y lo veía como el colmo de lo snob, ser rico pero disfrutar de sentirte pobre por un rato. Es como cuando María Antonieta se mandó hacer un huerto en Versalles para poder vivir como una campesina. Fue algo muy de Instagram, pero también una de las locuras que terminó costándole el trono y la cabeza.

Pues Stella, aunque bienintencionada, me recuerda ese rollo snob poco sostenible. Su anuncio de que hay que lavar menos coincide con su llegada como diseñadora a LVMH, el gigante del lujo al que seguramente le asombren estas declaraciones. Porque ropa cara sin estar bien limpia y planchada resulta un poco insostenible. Stella ha advertido que ella cuida mucho sus prendas, es decir, se aleja de manchas y lamparones todo lo que puede, y vive en una burbuja donde no hay gente que te salpique aceite de oliva o una gota de vino. Y que cuando algo se ensucia un poquito le pasa un cepillo, se airea y sigue adelante. Me inquieta, asumo que poner lavadoras es algo del pasado y muy contaminante, pero no me veo capaz de andar con prendas manchadas.

Stella McCartney, el 12 de julio en Londres.
Stella McCartney, el 12 de julio en Londres.John Phillips (Getty Images)

Tengo muchos amigos que o son celebridades o se creen celebridades que se han vuelto locos con FaceApp, la aplicación que te hace ver cómo serás cuando seas anciano. No me interesa mucho saber cómo me veré de viejo, tengo una edad para asumir que, si llego a los 70, lo haré con una cara convenientemente arreglada. Será mi cara de esa edad, la que la cirugía y los tratamientos puedan modelar. No te regresan a tu juventud, dan ese rostro con el que enfrentar otros veinte años.

La siniestra aplicación es el colmo del narcisismo al que nos somete diariamente Instagram. Mantenemos una existencia obsesionada con lo aparente, al punto de convertir el envejecimiento en un nuevo trending topic. Dicen que al menos te quita el miedo a envejecer mal físicamente, pero ¿qué tal que cumplas años y mantengas una cierta lozanía pero se arruguen cada vez más tanto el carácter como el ánimo y termines convertido en un retrógrado con arrugas perfectas? Ya lo estamos viendo en algunos de nuestros políticos jóvenes, tienen caras lozanas pero actúan como mayores amargados, pendientes de su Twitter. Tampoco hay que olvidar que la aplicación tiene su sede en Rusia, un país acostumbradísimo al espionaje y donde los datos que tienes que ofrecer para ver cómo serás de mayor podrían ser utilizados para dejarte como un crío asustado y sin juguetes.

Sin sustos anda el rey emérito en la costa gallega, seguro de su nueva vida no pública, sorprendentemente acompañado de la reina Sofía vestida con un jovial mono estampado con margaritas. En esa escena se solapan dos noticias. Una, que la Reina acuda por primera vez a Sanxenxo, donde su marido regatea a bordo de ese juguete, el Bribón. Y la otra, que vista un mono estampado con margaritas, la flor que se deshoja para encontrar el verdadero amor. La reunión coincidió con el momento en que la Fiscalía Anticorrupción deshojaba otra margarita, al solicitar a la justicia británica que la princesa Corinna declare, por videoconferencia, lo que recuerde del regateo por el tren de La Meca. Quién sabe si lo hará con ropa limpia o solo aireada.

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