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Blogs / América
Más se perdió en La Habana
Por Mauricio Vicent
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Cien años de Rubén González, el pianista del Buena Vista Social Club

El gran músico cubano tocó con el conjunto de Arsenio Rodríguez y la orquesta de Enrique Jorrín, creador del chachachá

Rubén González, en un concierto con Buena Vista Social Club el 23 de abril de 1998.
Rubén González, en un concierto con Buena Vista Social Club el 23 de abril de 1998.

El comején acababa de devorar el piano de Rubén González cuando el músico, que tenían entonces 80 años, recibió la llamada de un estudio que conocía bien, el de la calle San Miguel y Campanario, en Centro Habana. En los años cincuenta allí habían grabado artistas legendarios como Benny Moré y Celia Cruz o la estadounidense Josephine Baker, y por supuesto también él. Cuba estaba entonces sumergida en la noche del Periodo Especial, y como los estudios de la Egrem no quedaban lejos de su casa, se fue andando para allá, “sin grandes ilusiones, a ver qué sucedía”. Fue así, por casualidad, como se sumó (o lo sumaron) al fenómeno llamado Buena Vista Social Club, que en 1996 puso de moda en todo el mundo la música tradicional cubana y rescató del olvido a glorias como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Pío Leyva y el propio Rubén, todos ya fallecidos.

Durante su carrera, Rubén había hecho algunas grabaciones de piano solo, casi todos boleros, que la emisora de música instrumental Radio Enciclopedia radiaba con cierta frecuencia. Sin embargo, su verdadero disco de presentación como solista fue Introducing Rubén González (1997), grabado a los 81 años tras el éxito de Buena Vista Social Club. Gracias a ello comenzó a girar por Europa y América mientras muchos no se explicaban el porqué de ese largo apagón, si siempre había hecho la misma buena música. “Eso mismo me pregunto yo”, le respondió al poeta y musicólogo Sigfredo Ariel, cuando, ya famoso, le requirió por el secreto de su tardío éxito.

Nacido en la ciudad de Santa Clara hace cien años justos, Rubén González estudió piano en el conservatorio de Cienfuegos y empezó la carrera de medicina, pero debido a problemas económicos abandonó estos estudios para dedicarse a la música, más nutritiva. En 1943, época en que le apodaban El bonito, González entró a formar parte del conjunto de Arsenio Rodríguez, el gran renovador de la música popular cubana al transformar el formato instrumental del viejo septeto de sones, al que le añadió dos trompetas, tumbadora y piano, para convertirlo en conjunto.

Rubén González, en un concierto en julio de 1999.
Rubén González, en un concierto en julio de 1999.

Con Arsenio estuvo casi tres años dando cuero y este fogueo le sirvió para encontrar su propio lenguaje. A mediados de los cuarenta salió de Cuba y regresó una década después como pianista de conjuntos y orquestas: la América, la Riverside, Kubavana... En Tropicana hizo temporadas con el conjunto de Senén Suárez y en Sans Souci con una agrupación que contaba, entre otros, con Luis Chombo Silva en el saxo y como batería el famoso Rolando Laserie, luego llamado El guapo de la canción. En 1956 volvió a marcharse a Venezuela, donde permaneció tocando el piano en diversas agrupaciones hasta que regresó a Cuba en 1962. Consiguió trabajo en la orquesta de la radio y la televisión al mismo tiempo que tocaba con el grupo de jazz de Pucho Escalante, hasta que un día Enrique Jorrín, el creador del chachachá, lo llamó a filas cuando reorganizó su charanga. “Estuve con mi amigo Enrique hasta el final, luego no quise quedarme dirigiendo la orquesta… Los músicos no viven vidas, sino tragedias”, le confesó a Sigfredo Ariel en una impagable entrevista, en la que también le contó que le gustaba “sonar a son cubano”, algo evidente cuando se escucha Introducing… y Chanchullo, su último disco el solitario, premiado en 2002 con un Grammy Latino.

A Rubén, por supuesto, le gustaba el jazz —“la armonía que emplean es superior a la de cualquier país”, decía y se quedaba tan pancho—, admiraba a Chopin —“es puro como el pensamiento de un niño”—, y le encantaba tocar algunos standards norteamericanos como Laura, de Johnny Mercer, porque, decía: “En el fondo soy muy sentimental”.

Cuando en 1998, tras el éxito de Introducing Rubén González, pudo comprarse un nuevo piano que colocó en la sala de su apartamento de la calle Oquendo, lo primero que tocó fue el motivo de Blenblenblén, de Chano Pozo, el gran percusionista cubano que en los años cuarenta se marchó a Nueva York y con Dizzy Gillespie revolucionó el jazz al crear el cubop. “Me gusta mucho la música de Chano pero a veces pasa por ahí, por Neptuno, en su carro convertible, y no mira a nadie”. La observación llegaba con más de medio siglo de retraso, pues Chano Pozo había sido asesinado en 1948 en un bar de Harlem por una disputa de marihuana.

Rubén González, con su piano.
Rubén González, con su piano.

Aunque tenía resbalones de atención y la memoria le fallaba, bastaba con que se sentara al piano, o fuera a un estudio de grabación, o actuara en el Carnegie Hall, y comenzara los primeros acordes de un danzón, para reconducirse y mostrar su brillantez. De él puede decirse que fue uno de los grandes pianistas que dio la música popular cubana del siglo XX, y como la lista es larga y está colmada de nombres ilustres, no es poco decir.

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