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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

Los clásicos cambian de manos en el parque

La 'caja de libros' permite el intercambio gratuito y anónimo de obras de literatura y de no ficción

(c) Commune du Val d'Ajol
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Mi marido va al parque cada día. Su cita con la verdura del barrio es a solas. No va allí para permitir que los niños estiren las piernas y se aireen un rato. De hecho le aburre soberanamente tener que vigilarlos mientras ellos se cuelgan y se balancean como monos de las barras metálicas o bien giran una y otra vez en el tiovivo hasta caerse sentados en el suelo y muertos de la risa. No tenemos perro tampoco que llevar a pasear. Él se va al parque en buena compañía pero de otro tipo: con 4 o 5 libros de su biblioteca. Mi marido es adicto a la boîte à livres (caja de libros, en español) instalada en el parque. Se dedica a dejar volúmenes que ya no le interesan y a su vez toma otras obras que le llaman la atención.

En nuestra pequeña ciudad al lado de París hay varias ‘cajas de libros’ como esta, que permiten un intercambio gratuito y anónimo de todo tipo de literatura. Según mi marido, los que más circulan son los clásicos, quizá también porque son normalmente best-sellers y compra obligada para las familias en los diferentes ciclos de enseñanza. Una especie de book-crossing municipal pero con espacios fijos y funcionamiento mucho más informal.

En Barcelona mi biblioteca permitía dejar y coger libros también de manera anónima y gratuita

Según la web Boîte à lire, en Francia existen más de 4.000 ‘cajas de libros’ como la de nuestro parque que permiten no sólo el acceso a la cultura sino también favorecen las relaciones sociales, la economía del compartir y del regalo y todo ello ornado de un gesto eco-ciudadano puesto que se le permite al libro gozar de otra(s) vidas en vez de convertirlo inexorablemente en residuo indeseado.

Un día mi marido se cruzó con un grupo de españoles en el parque y por lo visto estaban bastante alucinados con el invento. Una de las turistas hablaba por teléfono en español con alguien en casa para explicar que en medio de este parque francés habían encontrado una ‘caja repleta de libros’ de libre acceso. La turista al teléfono decía que ella pensaba que en España en dos segundos habrían desaparecido todos. No estoy tan segura yo de ello.

En Barcelona recuerdo que mi biblioteca pública y municipal permitía dejar y coger libros también de manera anónima y gratuita justo antes de cruzar la puerta de entrada. Habían instalado unas estanterías ex professo. Me imagino que fue el recurso que hallaron para las personas que se acercan a las bibliotecas con la voluntad de donar libros. Recuerdo que un día fui para dejar bastantes volúmenes al alcance del primero que pasara. Tanto peso llevaba yo conmigo que me desplacé con el carrito de la compra. Y tal cual los iba dejando sobre el estante una chica a mi lado los iba recogiendo. No pudo contener su entusiasmo y al final, cargada con todos mis/sus libros, me soltó un “muchas gracias” muy sentido. Conté ya esta historia hace años en el post 6 objetos para donar y trocar antes que acumular y reciclar.

Al principio he dicho que mi marido es adicto a la caja de libros y la afirmación es exacta. Adicto porque le encanta ir a ver qué le propone el nuevo día en materia de literatura. Y adicto porque no puede evitar coger libros motivado por el ensueño de que un día va a leerlos. Los apila en los estantes de casa y al cabo de unas cuantas semanas, desvanecida la ilusión primera, los vuelve a depositar en la caja del parque con un deje de resignación. Llega a leerse unos cuantos de los escogidos pero no todos los que se agencia. Es más el deseo de verlos reposar en la biblioteca de casa que no la posibilidad real de leerlos. Me pregunto cuántos otros “cogedores” de libros del barrio se dedican, como mi marido, a reponer lo que ya habían tomado prestado sin siquiera hojearlo. Los libros, por su parte, salen también ganando: ven algo de mundo con tanto trasiego.

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