Sacar fuerzas de flaqueza
En la Europa nueva se ve al trasluz la fundacional, sin Reino Unido, y basada en Francia, Alemania y Benelux
Si nueva es la partida y nuevo es el juego, de poco sirven los viejos criterios para enjuiciar los resultados. Esta es una Europa nueva, en la que ya falta un socio de peso, el Reino Unido, que contaba con sus votos y vetos en todos los nombramientos. Con una fragmentación que impide el reparto automático hasta ahora entre las dos fuerzas fundadoras, los populares y los socialistas. Y con un desplazamiento hacia la derecha extrema que convierte al Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia), reforzado por la Italia del populismo de ración doble (Cinco Estrellas y la Liga de Salvini), en la fuerza de la vetocracia: así es como el holandés Frans Timmermans, su némesis desde la Comisión, se ha quedado sin la presidencia a la que aspiraba.
En el dibujo de la Europa nueva se ve al trasluz la Europa fundacional, anterior al ingreso del Reino Unido y basada en Francia, Alemania y el Benelux. Es la Europa de la reconciliación tras las dos grandes guerras y la que mantiene viva la memoria: de la capacidad destructora de la no-Europa, de sus nacionalismos letales. Falta Italia, pero ahí está España, socio fiable latino que compensa el deslizamiento de Roma hacia la Mitteleuropa populista. Si alguien pierde es el Gobierno de Giuseppe Conte: de sus tres bazas, se caen dos enteramente, la presidencia del Banco Central y el cargo de Exteriores, y solo retiene la mitad de la otra, el medio mandato de la presidencia del Parlamento, que ocupará un italiano, David Sassoli, pero del Partido Democrático. <TB><TB><TB>Todos los nuevos cargos hablan francés. No es un detalle sin importancia. También inglés, naturalmente. Pero el papel de París es determinante: el eje franco-alemán, eficaz en el reparto final de los dos cargos mayores (el BCE para Macron, la Comisión para Merkel), es más una aspiración del activismo europeísta francés que una convicción del liderazgo reluctante alemán. También en esta novedad hay un regreso: Alemania no ocupaba la cúspide de la Comisión desde Walter Hallstein, el primer presidente en 1958, entonces todavía de la Comunidad Económica Europea. En el nombramiento del catalán Josep Borrell el regreso es en forma de mirada celebratoria: hace 20 años Javier Solana fue nombrado para el mismo cargo de ministro de Exteriores. Si un socialista español puso tan alto el listón entonces, hasta el punto de que no lo han superado sus sucesoras Catherine Ashton y Federica Mogherini, quizás otro socialista español, de la misma y prestigiosa generación que gobernó con Felipe González, podrá recuperar el terreno perdido.
Hay argumentos para las visiones sombrías. También los hay para visiones esperanzadas: el insólito y ejemplarizante nombramiento de dos mujeres para los dos puestos más destacados, sin ir más lejos. Es cierto que el pequeño paso para legitimar la democracia representativa europea que significaban los Spitzenkandidaten ha quedado frustrado. El Parlamento no podrá elegir al más votado, ni siquiera al segundo o el tercero, sino que tendrá que conformarse con aceptar la propuesta de los Veintisiete. Pero las urnas, perturbadoras en muchos aspectos, han arrojado unos resultados que reflejan fielmente la realidad, sus equilibrios y sus discordancias, una auténtica correlación de debilidades más que de fuerzas.
Esta Europa fragmentada y disminuida, en la que pugnan las convicciones federalistas más genuinas con los impulsos nacionalistas recuperados, tiene un reflejo muy exacto en la dificultad de los pactos insomnes y también en el resultado, en los nombramientos. Pero es la Europa que tenemos y que obliga a sacar fuerzas de todo, tanto de la excelencia como de las debilidades.
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