La placenta
La camiseta del padre salvadoreño con su hija dentro tiene más ambición y coherencia que todos los planes y recursos destinados a seguridad, vallado y guardia fronteriza
Cada padre trata de reproducir la placenta para sus hijos mientras crecen. O algo parecido. Es su ánimo de protección el que le dicta reproducir el origen, el refugio del vientre materno. En eso podemos pensar al ver las fotos que han golpeado de nuevo las conciencias con la imagen de un padre y su hija ahogados en el río Bravo, en la frontera entre Estados Unidos y México por Matamoros. El padre había resguardado a su hija dentro de su propia camiseta para tratar de alcanzar a nado la otra orilla de un río que ya en su nombre mítico avisa de escasa mansedumbre. Al morir ahogados y hallar sus cadáveres en la ribera, boca abajo entre los juncos, la niña permanecía dentro de la camiseta de su padre y esa tela barata y cotidiana ejercía de una placenta de urgencia. Es ese esfuerzo callado de protección que el padre ofrecía a su hija el que grita desde las fotografías. Nunca el periodismo estuvo tan abajo en la cotización de los valores sociales. Frente al dinero y la pose de rutilancia tecnológica no encuentra espacio para decir algo. Y sin embargo, ahí lo tienen. El periodismo es contar la historia de quienes no tienen cara ni nombre, de quienes son una molesta cifra a la hora de presentar el balance de cuentas de una administración.
A estas alturas, pese a que Donald Trump reciba los elogios de quienes tan solo escrutan los balances financieros, ya sabemos que su frecuente autoritarismo de quita y pon no sirve para solucionar ninguno de los grandes problemas que afectan a su país. Ni en Corea del Norte, ni en Oriente Próximo, ni en la guerra comercial con China ni en el drama de la inmigración sus avances pasan de otra cosa que de feroces mensajes de móvil y su contradicción. La instalación de un modelo de campo de tortura junto a la frontera con México no hace más que dejar en evidencia la falta de soluciones. Las presiones al país de tránsito han surtido efecto puntual. Bien fácil resulta cargar contra los inmigrantes desamparados con toda la fuerza que te concede la crueldad cuando eres incapaz de ofertar ninguna otra solución práctica. Es idéntico al modelo italiano, que considera que si no recoges a los náufragos del Mediterráneo ya has resuelto el problema migratorio. Al menos el fascismo de hace un siglo colocaba en cierto lugar de honor las tribulaciones de la clase obrera, de la gente necesitada. Ahora, esos políticos, siempre asociados a presuntos valores cristianos, se ofertan como la mano de hierro de las clases privilegiadas y locales sobre los desfavorecidos y desterrados.
Cuando los problemas no tienen solución, la única receta es la humildad. Y garantizar los mínimos derechos humanos sobre las verdaderas víctimas del asunto no es una pérdida de autoridad, sino una raquítica muestra de dignidad. La camiseta del padre con su hija dentro tiene más ambición y coherencia que todos los planes y recursos destinados a seguridad, vallado y guardia fronteriza. Hay que decirlo porque si no seguirán posando como ganadores los que no son más que vomitivos mediocres. El oportunista se calla y se borra cuando la oportunidad no le resulta propicia. Se puede tener la boca muy grande, pero a las personas sería bueno seguirlas midiendo por el tamaño del corazón. El padre fallecido, Óscar, tenía 25 años. La niña, Angie Valeria, solo 21 meses. Huían de las condiciones de vida en su país, El Salvador. Eso, hoy por hoy, es ilegal.
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