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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Zapatero desencadenado

El expresidente del Gobierno trastorna la separación de poderes reclamando indulgencia e indultos

Rodríguez Zapatero, en una imagen de septiembre de 2019, en Sao Paulo.
Rodríguez Zapatero, en una imagen de septiembre de 2019, en Sao Paulo.Fernando Bizerra (EFE)

Es preferible un jarrón chino a un bidón de nitroglicerina. O sea, que más vale un expresidente del Gobierno decorativo y contemplativo —Mariano Rajoy en Ibiza— de cuanto cuestan las intervenciones extemporáneas de Rodríguez Zapatero en la extraña pedagogía del diálogo y el amor.

Extraña quiere decir que los himnos de ZP a la concordia requieren, al parecer, el sacrificio de la separación de poderes. De otro modo, no se explica que el ex jefe de Gobierno socialista tanto recomendara a los jueces del Supremo administrar una sentencia indulgente a los artífices del procés como aludiera a la fórmula redentora de un indulto. Habría que “estudiarlo”, sostenía Zapatero en la entrevista incendiaria que concedió a la emisora Rac1, no ya abusando de la propia injerencia, o profanando la tumba de Montesquieu, sino subestimando que los espacios de diálogo —el Parlament, las instituciones, la Generalitat, TV3— permanecen secuestrados por el soberanismo.

La sobreexposición de Zapatero a las relaciones con Maduro parece haberle desenfocado el escrúpulo que define un Estado de Derecho aseado. Reclamaba el expresidente una sentencia propicia, sensible a la convivencia, más o menos como si los jueces del Supremo tuvieran que abstraerse de la materia penal o delictiva en aras de un dictamen conciliador.

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Se los obliga a prevaricar con elegancia. Y se adhiere Zapatero a la percepción de un juicio político cuyo desenlace exige, por lo visto, un veredicto igualmente político. Pero aún, la hipotética sentencia condenatoria en proporción de los delitos expuestos —sedición, rebelión, desobediencia, malversación...— convertiría a Pedro Sánchez en juez supremo. Estaría en sus manos el recurso sanador de una medida de gracia a beneficio de la armonía.

La serenidad con que Zapatero explica sus argumentos no debe confundirse con la obscenidad que los envenena. Parece evidente que una condena ortodoxa, académica, va a instrumentalizarse desde la Cataluña victimista como una provocación del Estado español y como un tormento a los mártires del independentismo, pero no son los jueces quienes alteran la convivencia aplicando las leyes. Lo hacen quienes las vulneran en sus expresiones más dramáticas.

La ruptura de la sociedad, del diálogo, proviene de la extorsión que ejerce el soberanismo. Los delitos que se han sustanciado en el Supremo forman parte de los más graves que pueden cometerse en el contexto de la convivencia. Zapatero reclama un periodo de amnesia. Propone una amnistía preventiva. Espera de los magistrados más sensibilidad a la reacción política, mediática y social de la sentencia que lealtad al Código Penal. El planteamiento es impropio de un estadista, pero ilustrativo de la intoxicación que la política ejerce sobre la justicia. El buenismo de Zapatero implica un ejercicio de deslealtad a Sánchez, una intromisión temeraria que la oposición del PSOE ha percibido como la prueba del pacto secreto con el independentismo.

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