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Columna
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La expulsión de los europeos

Europa contaba poco, pero ahora ya no cuenta para nada

Lluís Bassets
Jared Kushner durante la sesión de apertura del taller 'Peace to Prosperity' en Manama, Bahrein, el pasado 25 de junio.
Jared Kushner durante la sesión de apertura del taller 'Peace to Prosperity' en Manama, Bahrein, el pasado 25 de junio. AP

Europa contaba poco, pero ahora ya no cuenta para nada. Pocas circunstancias expresan tan bien la expulsión de los europeos de Oriente Próximo como la extraña conferencia de donantes económicos sobre Palestina, convocada por el yerno de Trump, Jared Kushner, en Baréin, y la preocupante y creciente tensión bélica entre Teherán y Washington a propósito del programa nuclear iraní.

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Las instituciones europeas tuvieron un papel trascendental en el proceso de paz iniciado en la conferencia de Madrid en 1991 y luego en Oslo en 1993, y su diplomacia fue decisiva en la apertura de negociaciones con Irán sobre el programa de enriquecimiento de uranio que condujo en 2015 al acuerdo multilateral que dejaba la obtención de la bomba nuclear fuera del alcance del régimen islámico. El desperdicio de aquellos esfuerzos diplomáticos, durante 25 años en el caso de Palestina y diez al menos en el caso de Irán, es ante todo una derrota para los valores y métodos multilaterales característicos de las instituciones europeas.

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En ambos casos, el trumpismo ha optado por el unilateralismo y la ruptura de los acuerdos internacionales y castigado en cambio a quienes cumplen con los pactos y se someten a las resoluciones de la ONU. La conferencia de Baréin, un intento de dorar la jaula en la que se hallan aprisionados los palestinos con una inversión de 50.000 millones de dólares, culmina una cadena de vulneraciones de los acuerdos internacionales por parte de Donald Trump, con el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, la legitimación de la ocupación del Golán y de las colonias de Cisjordania y la suspensión de la ayuda financiera a los refugiados palestinos.

En cuanto a la ruptura con Irán, el bloqueo económico y el régimen incrementado de sanciones perjudica a las empresas europeas, forzadas ahora a suspender sus contratos o sufrir también el castigo económico. No puede descartarse que la escalada de amenazas bélicas en un vecindario europeo tan próximo desencadene nuevos flujos de refugiados.

Europa no figura en el nuevo Oriente Próximo multipolar que se está configurando bajo la batuta de Trump. Rusia ya regresó gracias a la guerra de Siria. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel cuentan con la confianza presidencial y la obligación de disputar la hegemonía a la República Islámica de Irán. De Europa solo le gustan dos cosas a Trump: la desunión y la irrelevancia. De ahí sus aplausos al Brexit, a los partidos populistas e incluso al irredentismo ruso, y de ahí también su empeño en expulsar a los europeos de Oriente Próximo.

No todo es culpa de Trump. Los europeos solemos tirar la toalla incluso antes de que nos empujen. Ahora, este fin de semana, todavía estamos a tiempo para que la UE intente recuperar algún protagonismo con el nombramiento de un alto representante para la Política Exterior que esté de nuevo a la altura de las ambiciones de antaño, especialmente en Oriente Próximo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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