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Hermanos Scott o cómo aprovechar la desgracia ajena y hacerse millonario

Su fortuna comenzó a crecer gracias a la crisis. Hoy emiten hasta 11 programas distintos de reformas por televisión, entre ellos uno con damnificados por el Katrina, y se calcula que ingresan 7,5 millones al año. Pero en toda historia de triunfadores hay perdedores

Los televisivos hermanos Scott.
Los televisivos hermanos Scott.

La virilidad en el siglo XXI ya no es cortar leña. La virilidad en el siglo XXI es cortar leña, hacer un mueble con ella y decorar el salón, eso sí, sin despeinarse ni dejar de sonreír. Desde hace más de una década, los hermanos Jonathan y Drew Scott cumplen los sueños de toda la gente que acude a su programa de televisión para hacer una reforma y alimentan los de los espectadores que lo ven en más de 150 países. La casa de mis sueños (en inglés, Property Brothers: "Los hermanos de la propiedad") y sus otros 10 programas derivados les reportan a los Scott un sueldo de 7,5 millones de euros al año. ¿Quién dijo que la especulación inmobiliaria no podía ser sexy?

Drew y Jonathan descubrieron las alegrías que podría ofrecer el liberalismo a los siete años, cuando animados por su padre forraron perchas de alambre con nailon, que vendían puerta a puerta por 25 centavos, y una mujer les compró miles de ellas para exportarlas a Japón. Tras acabar el instituto, los hermanos empezaron a comprar casas semiabandonadas para redecorarlas y venderlas, con cuyos beneficios Drew intentaría triunfar como actor en Hollywood y Jonathan produciría espectáculos de magia. Cuando su socio resultó ser un estafador que le hizo el truco de magia definitivo (ahora ves tu dinero, ahora no lo ves), Jonathan se declaró en bancarrota. Tenía 20 años.

Drew y Jonathan Scott de niños. Sus padres no sabían que iban a tener gemelos. |
Drew y Jonathan Scott de niños. Sus padres no sabían que iban a tener gemelos. |Drew Scott / Instagram

La crisis de 2007 fue devastadora para la clase media en Estados Unidos y Canadá (donde nacieron los Scott), pero un bufé libre para tipos como Jonathan y Drew: la gente necesitaba vender sus casas a precios irrisorios, incapaces de pagar su hipoteca, y ahí estaban ellos para rentabilizar el colapso económico mundial. También en 2007 los reality shows, capitaneados por las Kardashian, se asentaron como la forma de entretenimiento favorita del planeta y así nació La casa de mis sueños, el programa de casas más visto del mundo. Su secreto, según Jonathan, es que "todo el mundo vive en algún lugar". Y algunos necesitan su ayuda.

"Esta casa no te la puedes permitir"

La estructura es tan sencilla como fácil de ver, tanto si el espectador llega con el capítulo a la mitad como si le ponen seis seguidos. Un matrimonio ha decidido que está harto de fantasear con el hogar de sus sueños y que ha llegado el momento de vivir en él: un sentimiento que cualquier televidente puede comprender. Drew les acompaña a visitar una casa que cumple todos sus deseos solo para indicarles que vale el triple de su presupuesto. Ahí entra Jonathan (quien reconoce que ese sadismo es su parte menos favorita del programa: "Hay formas más amables de decirle a alguien que no tiene suficiente dinero"), para proponerles comprar otra, tirada de precio, y reconstruirla por completo. Es un espectáculo tan logístico como emocional: mientras el mundo entero se derrumba, resulta reconfortante ver gente construyendo felicidad.

Jonathan Scott en sus años de mago. |
Jonathan Scott en sus años de mago. |Jonathan Scott / Instagram

Los primeros programas no cuajaron entre los ejecutivos de la cadena. Uno de ellos llamaba a los hermanos "el guardián de la cripta y el que no está bueno", de modo que les pidieron que fuesen "más presentadores". Los Scott grabaron dos versiones de cada episodio: una en la que tenían una actitud formal y guionizada y otra en la que bromeaban más relajados. El público siempre prefería las del segundo grupo. Kathleen Finch, directora de programación de HGTV (el tercer canal por cable más visto de Estados Unidos, que emite solo contenidos relacionados con el hogar), recuerda que era importante que los hermanos resultasen atractivos, pero no demasiado sexis. "Al principio, el pelo de Jonathan distraía mucho. Lo llevaba largo y teñido de rubio, parecía un modelo en vez de un constructor".

"Es un contenido seguro", explica Drew en una distribución simplona y tradicional de roles: "No es tan blandengue como para que los tíos no quieran verlo, a los niños les gusta porque siempre hacemos el tonto y las mujeres lo disfrutan porque aprenden auténticos conocimientos de decoración".

Hacer de la necesidad (ajena) virtud

Aunque sea por casualidad, el título español de su programa (La casa de mis sueños) es el mismo que el nombre de la casa de la muñeca Barbie. Y el sueño que alimenta el programa incluye a los dos galanes que lo presentan: con mandíbulas que parecen diseñadas para presidir la Casa Blanca, sonrisas que no expresan con los ojos sino enseñando mucho los dientes (pero vaya dientes) y dos roles de masculinidad que funden la América obrera (Jonathan) y la América de oficina (Drew), los Scott se erigen como lo más parecido a un Ken que ha existido en el mundo real.

Lo que se ve por la tele, sin embargo, se toma ciertas licencias de ficción. Los compradores que solicitan participar en el programa deben acudir con una casa antigua y remodelable ya localizada, de modo que lo de ir a ver una carísima, el rol de Drew como agente inmobiliario y las dudas de los compradores sobre si meterse o no en la uberreforma son una pantomima.

"No paras de decirnos todo lo que no podemos hacer", reprende este matrimonio a los hermanos Scott en el programa 'La casa de mis sueños'.
"No paras de decirnos todo lo que no podemos hacer", reprende este matrimonio a los hermanos Scott en el programa 'La casa de mis sueños'.

También se exige que traigan a un personaje secundario gracioso (un amigo, una suegra, un cuñado) que vaya complementando el relato con comentarios como "¡vaya, menudo desastre!", "vaya, vas a tener que tirar de la cadena con una escalera" o "¡vaya, puedo ver tu dormitorio desde la cocina a través de ese boquete del suelo!". Las sorpresas, las tensiones y las alegrías se graban una y otra vez hasta dar la toma por buena. Como en cualquier reality show, claro, lo importante no es que sea auténtico sino que lo parezca.

La reforma es costeada por los compradores, que además tienen que adelantar un 20% extra para cubrir los imprevistos que, sin duda, complicarán la aventura. Las humedades, las tuberías oxidadas o las paredes inconsistentes que tanta tensión generan entre los matrimonios son contratiempos que los obreros ya detectaron antes de empezar la reforma. Pero deben parecer una sorpresa. Crear dramatismo. Generar televisión.

Los compradores deben además elegir si reforman el baño o la cocina (nunca ambos) y el programa solo mostrará la renovación de tres o cuatro estancias. El resto de la casa se apaña fuera de cámara y a un ritmo más lento. Para tener lista la parte de la casa que se ve al final del capítulo, tres grupos distintos de obreros trabajan en paralelo aunque las cámaras solo muestren al equipo de Jonathan. El programa aporta unos 20.000 euros para ayudar al presupuesto y los Scott no cobran por sus servicios. Ni falta que les hace, con un sueldo de 100.000 euros por episodio en una media de 75 episodios anuales.

Del huracán Katrina a su propio rancho: los otros negocios de los Scott

Además de La casa de mis sueños, los Scott han presentado variantes como Buying And Selling (renuevan la casa de una familia para venderla más cara de lo que la compraron). Brother vs Brother (Jonathan y Drew compiten por renovar sendas casas, con su hermano J.D. como árbitro; el que pierde debe hacer "actos humillantes" como vestirse de mujer o bailar en un club de striptease para despedidas de soltera). Property Brothers: At Home (la reconstrucción de su propia casa, que ambos comparten con la mujer de Drew en Las Vegas). Property Brothers: At Home On The Ranch (la renovación del rancho en el que crecieron, donde además promocionaron sus canciones como dúo country).

No hay suceso con el que no se pueda hacer un programa lucrativo. Brothers Take New Orleans (la reconstrucción benéfica de hogares de damnificados por el huracán Katrina). Home To Win (una competición similar al programa español La casa de tu vida). Drew's Honeymoon House (los preparativos para la casa de vacaciones de Drew con su nueva esposa). Drew & Linda Say I Do (la boda). Property Brothers: Forever Home (la transformación de las casas de familias que quieren seguir viviendo en ellas pero en mejores condiciones), o el próximo A Very Brady Renovation (donde renovarán la casa donde se rodaba La tribu de los Brady).

Escena de 'Brother vs Brother', en el Drew y Jonathan compiten por ver quién reforma mejor una casa y el hermano mayor de los gemelos, J.D., hace de árbrito.
Escena de 'Brother vs Brother', en el Drew y Jonathan compiten por ver quién reforma mejor una casa y el hermano mayor de los gemelos, J.D., hace de árbrito.

"Nuestro padre nos dio un consejo cuando éramos pequeños: si la gente te dice que no puedes hacer algo encuentra cinco formas de hacerlo", explica Drew. Y aunque suene a eslogan de autoayuda para tazas de Mr. Wonderful, es comprensible que los Scott crean ciegamente en ese mantra. Desde la bancarrota de Jonathan, todo les ha salido a pedir de Milhouse e, incluso cuando se han arriesgado con aventuras profesionales, su imperio no ha hecho más que crecer: Scott Living, su línea de muebles, generó unos 100 millones durante su primer año (y ahora la venden también en Amazon). El contenido que producen (que incluye vídeos de tutoriales online donde Linda, la mujer de Drew, muestra cómo fabricar manualmente decoraciones para bodas) tiene más de 100 millones de espectadores al mes y sus apps como Casaza, un tour virtual por casas de ensueño donde todo está a la venta, atraen 513 millones de usuarios mensuales.

El éxito de los programas sobre vender, comprar, renovar, decorar, reconstruir radica en que hacen mucho más que convertir el capitalismo en entretenimiento. Son programas que venden aspiración. Porque, efectivamente, todo el mundo tiene una casa y, aparte, todo el mundo tiene una casa en la que preferiría vivir. Este subgénero televisivo funciona por el mismo motivo por el que a la gente le gusta ver fotos de comida apetitosa, de personas atractivas o de paisajes paradisiacos: solo porque jamás vayas a acceder a ello (la naturalidad con la que estos programas manejan presupuestos de un millón de dólares resulta mareante), no significa que no lo disfrutes como vouyeur.

Los hermanos Scott añaden el factor de la masculinidad sana al pasearse ante la cámara con el entusiasmo de dos chavales montando un Lego, haciendo chistes como "cuidado, Drew, te vas a romper una uña", pero con el cuerpo de dos señores generados por un programa informático que diseña yernos de ensueño.

A la izquierda, Drew con su mujer, Linda Phan. A la derecha, Jonathan con su novia. |
A la izquierda, Drew con su mujer, Linda Phan. A la derecha, Jonathan con su novia. |Drew Scott / Instagram

Ellos son su producto, su marca y su contenido. Por eso, cuando Jonathan la lio en un bar de Dakota del Norte (le indicaron que era la hora de cierre, él se encaró con el camarero gritando "pero, ¿tú no sabes quién soy yo?", y le tuvieron que sacar agarrado del cuello), durante un par de días su catálogo de la perfección quedó contaminado por una masculinidad mucho menos amable. Al fin y al cabo, el tipo es cinturón negro de kárate. También se sabe que le gustan las escape rooms. Porque Jonathan y Drew son como cualquier tío corriente, pero en una versión mejorada. O al menos eso es lo que se ve por televisión. Y si no, bastará con repetir la toma.

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