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Columna
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Amaños

¿Cómo entender la decisión de Rivera, que prefiere pactar con la extrema derecha antidemocrática en lugar de hacerlo con la socialdemocracia?

Enrique Gil Calvo
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante la reunión con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante la reunión con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera. ULY MARTIN (EL PAÍS)

Las negociaciones para pactar los gobiernos locales han coincidido con el caso Oikos: esa trama corrupta de jugadores de fútbol, amparada y encubierta por la directiva de sus clubes, que amañaba los resultados de los partidos para obtener premios fraudulentos en apuestas globales. Desde su invención británica, el fútbol siempre ha sido metáfora de la lucha por el poder, como competición electoral análoga a las deportivas presidida por reglas de juego limpio. Pues bien, los actuales pactos políticos se han contraído con clara infracción de esas reglas de fair play,y de ahí que se perciba el aroma de los amaños futbolísticos.

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Es verdad que los políticos no se han dejado ganar por dinero, como los futbolistas corruptos del caso Oikos. Pero sí han pactado con rivales anticonstitucionales, lo que para un demócrata es una vergüenza todavía peor, y de ahí que nadie lo haga en países como Francia o Alema-nia. Y además se ha hecho obscenamente y con ostentación. Es cierto que Ciudadanos ha aparentado algunos remilgos, como esos adúlteros cogidos in fraganti que dicen a sus parejas: “No es lo que parece”. Pero a la hora de votar con Vox no ha sabido resistirse.

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¿Cómo entender la decisión de Rivera, que prefiere pactar con la extrema derecha antidemocrática en lugar de hacerlo con la socialdemocracia? Se dice que su objetivo es liderar el centro derecha desbancando al PP, y para eso cualquier medio sirve pues París bien vale una misa. Es el modelo de negocio impuesto por Salvini al frente de la Lega, que para competir con Forza Italia y con el M5S no ha dudado en dejar de ser un secesionista padano para reconvertirse en xenófobo antiinmigración, alcanzando pleno éxito con pingües beneficios electorales. Y es posible que Rivera quisiera ser el Salvini español, para lo que ha abandonado el centro liberal emprendiendo un giro hacia la extrema derecha antisistema. Pero, si esa era su opción, ha fracasado por partida doble, pues de su añagaza solo se han beneficiado Pablo Casado y el PP, sin que el PSOE se haya visto apenas perjudicado.

Y como ese refuerzo del bipartidismo era previsible en una confrontación de bloques polarizados, hay que seguir preguntándose por qué lo hizo. ¿Qué aconsejó a Rivera dejar de ser un centrista para pasar a confluir y congregarse con los ultras y los herederos del franquismo? Sospecho que lo hizo por puro arribismo clasista. Albert es una especie de Pijoaparte desclasado, o de Bel Ami hispano catalán, que aspira a huir de sus orígenes y sus raíces populares, como esos antihéroes de Marsé o Maupassant, para medrar escalando hacia las espléndidas alturas donde habitan las élites inaccesibles. Que le responden aceptando sus servicios con displicente cortesía pero sin reconocerle a cambio como uno de los suyos. Aún hay clases, Albert.

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