La inevitable izquierda posmoderna
Para reducir las desigualdades, no basta con imaginar políticas y desearlas muy fuerte
Una de las explicaciones favoritas de la supuesta crisis de la izquierda es la de la obsesión de sus líderes por las políticas de identidad. El argumento es sencillo: en las complejas sociedades contemporáneas, los partidos y líderes de izquierda han preferido satisfacer las demandas de reconocimiento social de muchos grupos (minorías, ecologistas, mujeres, colectivos LGTBI…) que les impide construir un programa económico que responda a las demandas materiales de sus bases sociales tradicionales.
Hay dos problemas con esta explicación. Uno es empírico: entre las docenas de partidos socialdemócratas que existen, ¿por qué no tenemos ni un solo ejemplo de éxito de un partido que haya renunciado a estas políticas de identidad? En términos electorales, ¿han resistido mejor los partidos “obreristas” que los más “posmodernos”?
El segundo problema es más profundo, y tiene que ver con su dudoso punto de partida: el supuesto según el cual hay una demanda “natural” por políticas netamente de izquierdas que bastaría con defender para convertirlas en mayoritarias. La historia nos muestra que no hay nada natural en la existencia de coaliciones a favor de un determinado programa político. La historia del movimiento obrero es quizá el mejor ejemplo de ello. ¿No era acaso “política de identidad” la insistencia de partidos y sindicatos en la creación de una “conciencia de clase” entre los trabajadores, destinada a que se reconocieran como miembros de un específico grupo y así priorizaran unos intereses sobre otros?
Para reducir las desigualdades, no basta con imaginar políticas y desearlas muy fuerte. En democracia, es imprescindible acompañarlas de estrategias políticas que hagan de estas propuestas atractivas social y electoralmente. Las transformaciones de la izquierda moderna tienen menos que ver con decisiones equivocadas de sus líderes, y más con la necesidad de crear nuevas solidaridades capaces de sostener una agenda política que defienda más igualdad, más apertura y más democracia en unas sociedades diferentes a las de la Europa de posguerra, en las que las demandas materiales no han desaparecido, pero las prioridades se están transformando. Y estas solidaridades se están creando mientras escribimos: en las pasadas elecciones europeas, los verdes vencieron por veinte puntos a los democristianos entre los alemanes de menos de 30 años.
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