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UN ASUNTO MARGINAL
Columna
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El comité del ‘martini’

El menor de los males es el trabajo. Integra, por más que aliene

Barman en Tokio.
Barman en Tokio. Noriko Hayashi (Getty)
Enric González

No, viajar no cura nada. No cura ni el nacionalismo, ni la estupidez, ni el resfriado. Pero puede estimular un poco el cerebro. Hace años visité Japón y me sorprendió que un país tan avanzado tecnológicamente mostrara algunos rasgos que yo, entonces, identificaba con el atraso. En los peajes de las autopistas, por ejemplo, había una persona que cobraba, no una máquina. Lo mismo ocurría en los aparcamientos. Y en las estaciones de metro una brigada de empleados se desplegaba en el andén para ayudar a embutir pasajeros en los vagones. En su edición de la pasada semana, la revista The Economist hablaba de un caso extremo en Tokio: un bar en el que tres camareros aunaban esfuerzos para mezclar un martini. Por principio soy contrario a algo así, porque una obra de arte (un buen martini lo es) no debería ser creada por un comité. Pero el ejemplo vale. Japón mantiene millones de empleos mal pagados y aparentemente redundantes. A cambio, durante los últimos 50 años su nivel de desempleo se ha mantenido en una media del 3%.

La ya citada The Economist dedicaba varias páginas a un fenómeno insólito. En las economías más avanzadas, y en el conjunto de los países de la OCDE, el ritmo de creación de empleo es muy alto. Inesperadamente alto. Durante la última década se ha debatido en ambientes académicos, políticos y periodísticos la hipótesis del fin del trabajo. Las máquinas se ocupan cada día de más cosas y de ello puede deducirse que una buena parte de la población laboral va a quedarse progresivamente sin nada que hacer. De ese fenómeno se deriva la propuesta de una renta universal. Es decir, de un sueldo público abonado a cada ciudadano para que dedique su vida a lo que le apetezca y se mantenga entretenido.

La renta universal plantea una pregunta obvia: ¿quién paga? Antes de hablar de renta universal, sin embargo, aparece otra pregunta: si siguen creándose empleos y si las máquinas destruyen unas actividades pero generan otras, ¿por qué hablamos de renta universal? Abordemos una tercera pregunta, la más crucial y sangrante: ¿tiene sentido que alguien trabaje a cambio de un sueldo que no le permite cubrir sus necesidades básicas? Eso es lo que está ocurriendo a muchos millones de personas. Se llama explotación.

Existen mecanismos para corregir o al menos atenuar la explotación. El principal, el establecimiento de un salario mínimo. Los banqueros y los empresarios sostienen que el salario mínimo reduce la competitividad de las empresas y destruye empleo, pero la realidad demuestra que, en general, no es así. Salvo cuando el salario mínimo se fija en 50.000 euros mensuales, cosa que, hasta donde se sabe, no ha ocurrido en ningún sitio.

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Al margen de esos mecanismos correctivos, lo que debemos decidir es si es mejor un empleo con un salario indignamente bajo o un subsidio también (no nos engañemos) indignamente bajo. La vida consiste, en general, en elegir el menor de los males. Y el menor de los males es el trabajo. Porque integra, por más que aliene. Porque permite mantener expectativas. Y porque la inactividad subsidiada resulta destructiva. Personalmente, creo que preferiría formar parte de un comité mezclador de martinis (cosa que me horroriza) a beberme ese martini con cargo al contribuyente.

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