Voto disperso
La necesidad de pactar obliga a que los partidos revisen sus estrategias
La dispersión del voto en las elecciones municipales y autonómicas celebradas ayer obliga a distinguir entre el avance de algunas fuerzas políticas y la posibilidad de traducirlo en la formación de mayorías de gobierno. El fenómeno afecta de manera particular al partido socialista, al que el ciclo electoral iniciado el 28 de abril y concluido este domingo ha vuelto a situar como primera fuerza política del país, rehaciéndose de una década de crisis. Por lo que respecta a los ayuntamientos, Manuela Carmena podría ceder la alcaldía al candidato popular, a condición de que este consiguiera pactar con Ciudadanos y la ultraderecha. Sería para los populares una victoria importante pero simbólica, puesto que difícilmente compensa la severa pérdida de poder territorial, incluidos algunos de sus feudos tradicionales. En Barcelona, la condición de partido más votado ha abierto las puertas a la alcaldía al candidato de ERC, Ernest Maragall. Habría una mayoría alternativa que podría arrebatársela, siempre que se alcanzara un acuerdo entre la actual alcaldesa, Ada Colau, los socialistas y el candidato de Ciudadanos, Manuel Valls.
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En buena parte de las autonomías se abre un escenario de pactos en los que Ciudadanos tendrá un papel decisivo. La estrategia de cerrar cualquier posibilidad de acuerdo con el partido socialista, adoptada de manera personal por su líder, Albert Rivera, no ha dado los resultados que este esperaba, en la medida en que no ha conseguido superar al Partido Popular como principal fuerza de la derecha. Las urnas no confiaron a Rivera el liderazgo de la oposición en las elecciones generales, y tampoco lo han consagrado indirectamente ahora. Esta circunstancia ofrece un respiro al líder del Partido Popular, Pablo Casado, mientras que Rivera se verá obligado a extraer las consecuencias de un error que no solo afecta al partido que dirige, sino a la totalidad del sistema, al haber clausurado un espacio político central a cambio de rigurosamente nada. Retroceder en el camino que Rivera ha recorrido más allá de lo razonable, anunciando cordones sanitarios con fuerzas democráticas mientras alcanzaba pactos con la ultraderecha de los que ahora el sistema parece condenado a una dependencia mayor, no le resultará sencillo: no es tanto su proyecto como su liderazgo lo que ha comprometido jugando innecesariamente a todo o nada, y, además, en todos los tableros.
El partido socialista se enfrenta a la paradoja de que habiendo avanzado electoralmente en la práctica totalidad de las comunidades y ayuntamientos no pueda formar gobierno en alguno de los más importantes, perdiendo incluso varios de los obtenidos durante la anterior legislatura. El retroceso de Unidas Podemos ha terminado por arrastrar a la totalidad de la izquierda, debido a los errores de su dirección. Esta circunstancia puede pesar en la formación del Gobierno central, donde las exigencias de Pablo Iglesias quedarán aún más debilitadas por los malos resultados obtenidos ayer, que se suman a los de las generales. El discurso de que Unidas Podemos habría de ser el garante de las políticas sociales no ha recibido el respaldo de las urnas en ningún ámbito.
La estrategia de establecer líneas rojas entre partidos democráticos no es sostenible sin incluir a la ultraderecha en las mayorías de Gobierno. Se trata de un paso más en la normalización de una fuerza antisistema, que Ciudadanos y el Partido Popular no pueden trivializar.
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