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Talento callejero en las rúas lisboetas

El aumento del turismo también incrementa y mejora la oferta musical de las calles de la capital portuguesa

Tomané, en una de sus actuaciones en Belém.
Tomané, en una de sus actuaciones en Belém.J. M.

En aquellos días grises, cuando media Lisboa estaba caída y no había turistas ni carteristas, en la calle se vendían castañas en invierno y cerezas de Fundão en verano. En estos cinco años en Lisboa, la docena de castañas ha subido de dos a tres euros y las calles se llenan de visitantes en cualquier estación y día del año. Proliferan los hoteles y restaurantes, sí, pero también hay más reclamos en los espacios públicos que buscan la voluntad de la gente.

Cada día, como un clavo, un cowboy se instala junto al monumento a los Descubridores. Se coloca de espaldas al Tajo, con su armónica y su guitarra, y canta durante tres horas los éxitos americanos de los ochenta, Eagles, Bob Marley, Pink Floyd. El Hey, hey de Neil Young lo borda. Le van cayendo monedas y él lo agradece con un rudo thank you a lo John Wayne.

Bianca, vaciando monedas.
Bianca, vaciando monedas.J. M.

-Where are you from? [De dónde eres], digo en plan cosmopolita.

-I'm from Lisbon [Soy de Lisboa], contesta él, manteniendo el nivel.

Aclarado el tema, nos dice que su nombre artístico es Tomané, como bien se lee en los discos que vende a 10 euros. "To, de Antonio y Mané de Manuel, Tomané. Así le suena mejor al público".

Tomané trabaja aquí todos los días y por las noches hace bolos con su banda de rock. Por estar en lugar tan estratégico le paga al Ayuntamiento 15 euros al mes, "es un precio razonable. En un buen día me puedo sacar unos 300 euros". Hoy es uno de esos días, un sábado radiante de mayo, con un autobús de jubilatas bailando a su ritmo. "No es fácil, hay mucha competencia pero yo tengo un talento y la gente lo nota", y nos despedimos, mientras él sopla la armónica y yo hecho cuentas de lo que rinde su talento y el mío.

Junto al monumento descargan los autobuses turísticos, pues de allí los viajeros pueden ir andando a la Torre de Belém y a los Jerónimos, así que es un lugar fundamental para artistas y artesanos de la calle. A pocos metros se ha instalado la rumana Bianca. Su producto es uno de los más originales de la oferta callejera. Con una lima vacía el interior de las monedas para dejar solo el perfil de la figura representada, como el águila en el caso del dólar. "Es un trabajo de mucho detalle y la gente no compra mucho porque no es barato. Depende del tamaño de la moneda, va de 10 a 25 euros".

Dibujo del edificio de EDP.
Dibujo del edificio de EDP.FEFA

Bianca es nueva en esto —sus dedos lo están sufriendo—, ha heredado el oficio de su tío, que está en el puesto de al lado y que ahora se dedica a vender imanes y acuarelas de monumentos. Ya le falla la vista y el pulso para serrar el interior de moneditas de metal. Tampoco es que pinte los dibujos que vende, los típicos del tranvía 28 o de la torre de Belém, con colores chillones y reproducidos miles de veces por la ciudad. En teoría se trata del oficio de los urban sketchers, la red de dibujantes urbanos que se ha extendido por todo el mundo, pero no.

La editorial lisboeta zest que publica cuidados libros de los fenómenos callejeros de la ciudad, como los azulejos y los grafitis, también ha editado uno dedicado a los urban sketchers, con escenas preciosas y puntos de vista originales, desgraciadamente no son las obras que se venden en las calles.

Ermenildo.
Ermenildo.J. M.

El otro punto de concentración de turistas es la plaza del Comercio. Allí está Ermenildo, feliz de la vida. Su oferta son las piedras en equilibrio a las que le ha dado un plus, las pinta de rojo y verde, los colores nacionales. No hay nada más kitsch en la ciudad ni más productivo, porque le van cayendo monedas, en parte por su simpatía, pues nunca le he visto colocar dos piedras en posición vertical; pero a la gente, y a él, le da igual. Pasa el día entretenido. Unos metros más allá en Vía Augusta se suelen colocar las tunas portuguesas, con sus severas capas negras, pero su repertorio —además del ropaje— es demasiado triste y el turista no aprecia su folclore. El éxito es el de Ermenildo.

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