‘Smart cities’ sí, pero con lógica humana
El despliegue tecnológico necesita contar con arquitectos y expertos en movilidad para planificar el porvenir de las urbes
Hace tiempo que a las ciudades no dejan de salirles apellidos. Conectadas, inteligentes, sanas, sostenibles, participativas... Etiquetas que se le adhieren en un contexto de hipervelocidad social, tecnológica y política difícil de sincronizar para los gestores públicos. Las grandes tecnológicas desplegaron sus encantos hace unos años —y con ellos, su diccionario de neologismos—, mucho antes de que los Ayuntamientos estuvieran listos para entender lo que firmaban. Los últimos años han servido como laboratorio, especialmente para la movilidad, la participación y la conectividad. Pero aún queda trabajo para cambiar mentalidades, estructuras y procesos para que sea verdad, y no solo un reclamo publicitario, la ciudad sana y conectada.
"Se han generado demasiadas expectativas mal gestionadas alrededor de las smart cities. No hicimos el camino lógico. Adoptamos la tecnología, pero no pensamos qué problemas había, qué tecnología estaba disponible, cómo se podía aplicar y con qué resultados", afirma Fernando Tomás, consultor y gestor de proyectos de ciudades inteligentes en la consultora de arquitectura e ingeniería IDOM. Su diagnóstico es compartido por el planificador de innovación urbana en el Ayuntamiento de Zaragoza, Daniel Sarasa. Sostiene que los consistorios disponen de "más datos de los que pueden procesar" y reconoce que tienen "poca capacidad analítica para transformarlos en información". Para ambos, las ciudades están lejos de interpretar datos de forma transversal. Aseguran que lo habitual es recogerlos por verticales (segmentos temáticos), pero no los cruzan.
"Gestionamos una tarjeta de transporte que da acceso a las bicis y a la piscina. La piscina puede ser un foco de enfermedades y con la tarjeta podemos saber cómo se mueve la gente y procesar mejor una emergencia. La universidad lleva tiempo diciéndonos que trabajemos de forma conjunta en planes de contingencia en emergencias. Pero no lo hacemos. Puedo mirar los datos, pero no tengo tiempo ni personal para analizar qué me dicen sobre la ciudad, la pobreza energética...", explica Sarasa, para quien este conocimiento ayudaría en la planificación de servicios y negocios nuevos. Este personal se perfila como un ingeniero capaz de entender "qué información se necesita, qué hacer con ella, cómo visualizarla... El portavoz de IDOM considera que las smart cities deberían tener un centro de control, una sala de pantallas donde, "aunque no se mida todo, se integren los datos de todos los servicios, haya indicadores que ayuden a la gestión y se analicen patrones de uso. Creímos que esto sería lo habitual, pero esta visión idílica está tardando en llegar".
Participación ciudadana
La definición de ciudad inteligente se ha reducido casi siempre a la que interesaba a las grandes tecnológicas para desplegar sus productos. Pero para estos expertos, esta la retrata mejor: "Una ciudad inteligente basa su saber en el conocimiento que tiene sobre sí misma y cómo lo aplica para facilitarle la vida al ciudadano". E insisten en que hacen falta más perfiles, además de los tecnológicos, para servir a este tipo de urbe. "Falta la visión de arquitectos, urbanistas y paisajistas que aporten valores y parámetros específicos", defiende la arquitecta Belinda Tato, cofundadora de Ecosistema Urbano, que reivindica la necesidad de que las ciudades recuperen el liderazgo "que las empresas de IT se ganaron cuando lideraron el despliegue y las ciudades les cedieron sus datos". "No podemos correr tanto como la tecnología, pero deberíamos porque nos toca decidir cómo queremos vivir y porque tenemos una responsabilidad sobre nuestros datos; hay que sistematizarlos y optimizar la información. La tecnología brinda nuevas oportunidades de comunicación", dice esta profesora de la Harvard Graduate School of Design.
Tato se refiere a la participación que todas las ciudades están experimentando de una u otra forma a través de la tecnología. Los ciudadanos emiten, comparten y consultan datos, y cada vez pueden influir más en las decisiones de su ciudad. Los expertos coinciden en que el futuro pasa por ahí, pero todos señalan que la participación está en una fase incipiente. "Es fundamental, pero el sistema es precario, muchas veces inexistente y otras, ineficiente. Hay mucho recorrido para optimizar la información", explica Tato. Sarasa lo ilustra con un ejemplo cercano: "Solo el 15% votó en Zaragoza el recorrido que debía hacer el tranvía". Y otro más, el de la plaza de España de Madrid, que llamaba a 2,7 millones de madrileños a las urnas para decidir su remodelación y fue votada por 212.000 personas. "Hay que buscar sistemas que permitan una conversación más fluida, que la gente vea que su opinión importa y que participar es un derecho y una responsabilidad". La profesora apuesta también por construir proyectos que puedan cambiar con el paso del tiempo según los usos de la ciudad.
Y mientras pelean en este frente que requiere cambiar procesos y hacer rentable la ciencia de los datos, las ciudades abren otro: garantizar que crezcan sanas. La movilidad desempeña aquí un papel fundamental. Josep Enric García Alemany, gerente de la EMT de Valencia, reivindica el papel de las ciudades por hacer planes de movilidad que devuelvan espacio al peatón, al transporte urbano y la bicicleta. "Valencia priorizó al coche privado con el Gobierno de Rita Barberá, rediseñó todo el espacio público para favorecerle", mantiene. "Ahora toca devolver ese espacio a los habitantes". El directivo está convencido de que la senda iniciada "es imparable" y que no puede depender de la ideología. "Hay países que empezaron con esto hace tres décadas y, como han interiorizado el cambio, tanto la derecha como la izquierda tienen claro que hay que darles espacio a las personas y no al coche. Pero soy optimista, es sentido común". La vertical que más partido está sacando a los datos es la movilidad. A su calor han surgido iniciativas y proyectos que tienen como finalidad conectar a los ciudadanos mientras procuran ahorro energético, optimizan recursos y garantizan la calidad del aire.
Espacios sanos, una prioridad
El espejismo de la ciencia-ficción va desplegando sus sensores, pero la salud de los ciudadanos pide colocarse en el centro de todas las miradas. El urbanismo y la movilidad son piezas clave para sanear las ciudades, pero también deben cambiar los ritmos de trabajo y forma de vida. Es lo que defiende el investigador en diseño cívico Domenico Di Siena: "La solución pasa por poner en el centro la vida de las personas; la posibilidad de que una familia se organice para poder dedicarse tiempo incide en su salud. Para ello tenemos que dejar de consumir territorio y tiempo en desplazamientos rutinarios. La calidad de vida no tiene que ver con el dinero o el estatus social, sino con la capacidad de colaborar para mejorar".
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