La gota fría valenciana
El agua que se espera en las urnas el domingo puede ser catastrófica o providencial según quién la cuente
Entre tanto debate viril y achulapado cualquiera se acuerda de que hay otras elecciones en la Comunidad Valenciana. Casi no se acuerdan ni en la propia Valencia, donde la gota fría de la Semana Santa ha sustituido a la bronca electoral como tema de conversación, como si la plaza pública fuera un ascensor lleno de vecinos que comentan el tiempo que hace. Gota fría sí y gota fría no. Los contrarios dicen que es una barbaridad tanta agua, que no hay derecho a mojarse tanto y que menuda catástrofe de inundaciones. Los favorables recuerdan cómo funciona el régimen de precipitaciones en la cuenca mediterránea y celebran tener los embalses llenos y los regadíos a tope para lo que queda de temporada. ¿Acaso se han olvidado del viejísimo Tribunal de las Aguas y de la petición del trasvase?
Viví de niño en la costa valenciana y guardo recuerdos vívidos de varias gotas frías. Una especialmente grave convirtió el campo de fútbol de mi pueblo en un helipuerto donde aterrizaban helicópteros que evacuaban a vecinos de localidades inundadas. Eran los tiempos del anuncio de Tulipán y los niños corríamos gritando: “¡Es el señor de la merienda!”. Cumplíamos la función que se atribuye a los niños: normalizar y banalizar las catástrofes.
Desde que se acabó el mandarinato del PP en Valencia, las elecciones se viven como una gota fría anunciada, pero sin niños que corran a por el señor de Tulipán. La cultura valenciana, tan caricaturesca, barroca y paródica, se ha vuelto seria y tiende a tomarse las cosas a la tremenda. Es la distancia que va del humor de Luis García Berlanga, tan adaptado al oído popular, a la gravedad imperturbable de Rafael Chirbes.
El agua que se espera en las urnas el domingo puede ser catastrófica o providencial según quién la cuente. Un regreso del PP con Ciudadanos y Vox, a la andaluza, ahogaría a la parte de la sociedad valenciana que aún recuerda alucinada los papados borgianos de Zaplana y Camps. El paisaje que dejaría sería más desolado que una mañana de invierno en Marina d’Or. Pero la reedición del pacto PSOE-Compromís, con un Unidas Podemos que se las puede ver muy negras para lograr un solo escañito, no equivale a una lluvia torrencial beatífica que alivie la sed de las acequias: en estos años, Ximo Puig y Mónica Oltra se han ensuciado con el poder y ya no son los paladines morales que restituirían la dignidad de una Valencia devastada.
Todo es más cínico y difícil en estas elecciones, que recuerdan que la que una vez fuera tierra prometida del aznarismo más desacomplejado, simple y farrucón es en realidad un territorio político muy complejo, donde se enfrentan varias tradiciones difíciles de conjugar juntas (nacionalismos, regionalismos oportunistas, varias formas de concebir el socialismo…) que, si no se entienden entre sí, provocan dramas y dramones. Harían falta unos cuantos niños que corrieran hacia el helicóptero para aligerar tanta seriedad, pero los padres de hoy no dejan que sus hijos corran sueltos.
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