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Columna
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Manda un general, como de costumbre

A Ahmed Gaid Salah solo le falta reconocer que el poder de los suyos debe someterse al poder civil y que él mismo también debe jubilarse

Lluís Bassets
Ahmed Gaid Salah, en una imagen del 1 de julio de 2018.
Ahmed Gaid Salah, en una imagen del 1 de julio de 2018. ANIS BELGHOUL ((AP))

Manda un general. Y quiere que se sepa gracias a su palabra, no por sus acciones, que en el caso de los generales debe ser al menos amenazante. Su voz de mando es la más sonora del país, la más escuchada y analizada, la que hay que interpretar para captar hasta la más leve modificación de sus planes e ideas. Y tiene toda la lógica, porque su palabra, atenta a lo que sucede en la calle, es cambiante y adaptable. Así suele suceder en los países que quieren transitar el camino difícil y a veces imposible desde opacas e inextricables dictaduras hasta la democracia.

El general argelino Ahmed Gaid Salah se pronunció primero en favor de que el enfermo Buteflika se presentara a unas nuevas elecciones presidenciales, debidamente amañadas, como corresponde, empezando así un quinto mandato a pesar de su visible incapacidad para ejercer tareas de gobierno. Luego, ante tanta protesta, acudió a palabras más amenazantes, que evocaban los “años dolorosos” de la guerra civil y del terrorismo e insinuaban intervenciones misteriosas desde el exterior.

Gaid Salah era la máxima autoridad militar del país después de Buteflika. Visto el estado en que se hallaba el entonces presidente, incapaz incluso de articular una palabra, no hay duda de quién era el jefe efectivo. Una vez aceptada su dimisión y con un jefe de Estado interino, el presidente del Consejo de la Nación o Senado, Abdelkader Bensalá, todavía hay menos dudas sobre quién manda hoy en Argel. Todos pertenecen al clan Buteflika, que bracea para mantenerse en el poder a pesar de la persistente y creciente protesta popular.

Gaid Salah dio la luz verde a la destitución de Buteflika el 2 de abril y quince días más tarde ha lanzado una advertencia contra quienes “conspiran contra la voluntad del pueblo”. La adulación al pueblo nunca falta a la cita de los grandes discursos argelinos, de unos y de otros. El general ha dado instrucciones precisas para que las manifestaciones puedan seguir pacíficamente, en un signo interpretado desde la calle como de apoyo implícito a los manifestantes. El jefe militar quiere salvarse y ahora esgrime la eventualidad de un auténtico proceso constituyente, en vez de un apaño como el de las elecciones presidenciales convocadas para el 4 de julio desde las viejas estructuras del poder.

El general suele evocar dos artículos de la Constitución de elocuente significado rupturista. El 7, donde se dice que “el pueblo es la fuente de toda soberanía” y que “la soberanía nacional pertenece exclusivamente al pueblo”, y el 8, en el que se le reconoce al pueblo “el poder constituyente”. Al anciano militar solo le falta reconocer que el poder de los suyos debe someterse al poder civil y que él mismo también debe jubilarse. Tendría mérito y sería un ejemplo admirable, y muy oportuno para el mundo árabe, que lo hiciera después de garantizar la convocatoria de las primeras elecciones libres desde la independencia, algo que por el momento nadie atisba todavía en el horizonte.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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