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Columna
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La caza del mito

Historiar es analizar y ponderar, más allá de polémicas ocasionales

Antonio Elorza
'Don Pelayo, rey de Asturias', cuadro de Luis de Madrazo y Kuntz.
'Don Pelayo, rey de Asturias', cuadro de Luis de Madrazo y Kuntz. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Nadie duda ya del papel desempeñado por el mito en la génesis de los nacionalismos, después de los estudios clásicos de Hobsbawm y de Benedict Anderson. Solidificados en el marco de la tradición, los mitos propician una visión enteriza del sujeto colectivo, y al mismo tiempo la idealización de su pasado y la designación del otro como enemigo. Y dada esta utilidad, son duros de pelar cuando hace falta desmontarlos. Pensemos en la supuesta oposición medieval a la conquista de Cerdeña por la Corona de Aragón, que encubría una verdadera oposición posterior de los sardos al dominio piamontés/italiano. Mommsen demostró la falsedad del invento. Inútil.

Desmontar mitos es saludable; no lo es confundir realidad con mito. Lo hemos experimentado con nuestra guerra de Independencia, cuya negación es tan útil, porque arrastra la de la nación española. Citarla, opinaba Anasagasti, era sentar plaza de Agustina de Aragón. Ni más ni menos. Tanto para críticos chocarreros como para perseguidores del mito, de nada valió que hasta los franceses hablasen el 10 de mayo de independencia española y que los escritos patrióticos la reivindicasen hasta el hastío. Se dice que la expresión solo surgió tardíamente. Para refutarlo no sirve que una Historia de la revolución española de 1812 elogie “los prodigiosos esfuerzos hechos por la nación española para sostener su independencia”. También el contra-mito es duro de pelar.

Ahora la historia se repite con el término “Reconquista”. Rechacemos el relato tradicional que va de los inexistentes Pelayo y su Covadonga a los Reyes Católicos de la España una, y que forma parte del arsenal ideológico derechista. Pero conquista árabe en 711 sí hubo y también su expulsión deliberada en 1492, con una continuidad marcada por la referencia al espacio común de Hispania (J. A. Maravall). Desde la crónica mozárabe de la ruina Spanie en 754 a la de Hernando del Pulgar sobre los Reyes Católicos, empeñados en “lanzar de todas las Españas el Señorío de los Moros”.

Sin esperar a la etiqueta decimonónica. Del mismo modo que ya hubo genocidios antes de su descubridor Lemkin o que en el año Mil existiera Cataluña antes de llamarse así (Bonnassié). En la creación del mito de Pelayo bajo Alfonso III no solo interviene la herencia goda; es antecedente de la salvación de Hispania (Spanie salus). Para llegar a la unión de Coronas imperfecta con Isabel y Fernando, que bien o mal irá luego más allá de la “monarquía compleja”, derivando hacia una “monarquía de agregación” con la Corona de Castilla como núcleo. Primer paso: la incorporación de Navarra en 1515. Historiar es analizar y ponderar, más allá de polémicas ocasionales.

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