UK, el difícil desamarre de Europa
El Reino Unido cava, gracias a unos políticos mediocres y a una opinión pública crédula y desinformada, su propio hoyo negro
Esta es la crónica de un fracaso anunciado. El difícil y complejo desamarre de Gran Bretaña de Europa. El desamarre o desatraque (DRAE): “Soltar las amarras”, “separarse de la costa cuando la proximidad ofrece algún peligro”. Operaciones marítimas complicadas que exigen una gran precisión. Porque el amarre, en 1973, fue laborioso y nunca se pensó definitivo. Días antes del desembarco aliado en las playas de Normandía, Winston Churchill le dijo al general De Gaulle, exiliado en Londres: “Cada vez que Gran Bretaña tiene que decidir entre Europa y el mar abierto, siempre elegiremos el mar”.
Y el premier británico lo explicó así: “Estamos en Europa, pero no formamos parte de ella. Estamos vinculados, pero no comprometidos”. Posteriormente, el primer ministro conservador británico, Harold Mac Millan, uno de los últimos gigantes políticos europeos, junto con Adenauer y De Gaulle, reconoció que Gran Bretaña no podía florecer en el aislamiento y que el único remedio tras la descolonización de la India y el repliegue desde el este de Suez solo podía ser un estímulo externo: Europa.
El vuelco hacia fuera, la ducha fría, una nueva conmoción para entrar en la Comunidad Económica Europea (CEE). El país, en palabras de Anthony Sampson, autor de la excelente Anatomía de la Gran Bretaña, Tecnos, era un cansado y arruinado aristócrata, que estaba en cama especulando y quejándose de su situación, pero sin decidirse a salir nunca de ella. Cuando a comienzos de 1963, Londres decidió finalmente solicitar un amarre en Europa, el general De Gaulle lo vetó. Un golpe humillante. Volvió a hacerlo en 1967, y solo en 1973 Gran Bretaña se convertía en miembro de pleno derecho de la CEE. Reticente.
El resto de la historia es la historia de una falta de compromiso del Reino Unido con la idea de la Unión Europea, la extraña pertenencia al club de un forastero irritante, un continuo rechazo de una unión cada vez más estrecha. Thatcher dando un puñetazo en la mesa de Bruselas: “Simplemente estamos pidiendo que nos devuelvan nuestro dinero”. Con la aguda respuesta del presidente de Francia, Jacques Chirac: “¿Qué más quiere de mí esta ama de casa? ¿Mis huevos en un plato?”
Y, por último, el descomunal error de Cameron con el referéndum del Brexit, poniendo los intereses del Partido Conservador por encima de los del país. Porque “tenemos el carácter de una nación insular. Cambiar esta sensibilidad británica sería tan difícil como vaciar el Canal de la Mancha”.
Y hoy, con May, una primera ministra zombi, los distantes británicos no han elegido aún el Atlántico, sino no elegir. Como el adúltero, que finalmente no tiene más remedio que volver al hogar y en una rendición vergonzante pedir más tiempo y sopitas. El agujero negro fotografiado por los científicos en una galaxia a 55 millones de años luz de la Tierra. “Un monstruo”, que establece la medida del error descomunal del Reino Unido que cava, gracias a unos políticos mediocres y a una opinión pública crédula y desinformada, su propio hoyo negro que sepulta el sentido común y el pragmatismo del pueblo británico.
fgbasterra@gmail.com
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