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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Para subir a una montaña hacen falta dos planes

Mientras los escaladores prevén cómo van a terminar su acción, los políticos no suelen pensar cómo acabarán las cosas

Jorge Marirrodriga
JIm Reynolds.
JIm Reynolds.TAD McCREA (EL PAÍS)

Jim Reynolds es un estadounidense que, según contaba ayer la sección Deportes, ha subido los 1.500 metros de granito de la ruta Afanassieff en el macizo Fitz Roy, que en total tiene 3.359 metros de altura y está en la Patagonia. Luego los ha bajado. Lo que ha hecho a Reynolds merecedor de la atención de los compañeros de Deportes es que ambas cosas —el ascenso y el descenso por la misma ruta— las ha realizado sin cuerdas. En montañismo las cuerdas sirven no solo para moverse por las paredes en el sentido que sea, sino también como elemento de seguridad.

Lo de Reynolds es una hazaña deportiva que demuestra varias cosas y deja entrever alguna otra. Entre las primeras, que ningún logro llega sin esfuerzo ni preparación hasta en el más mínimo detalle previsible, que la escalada libre está alcanzando límites insospechados y, finalmente, que en la sección de Deportes no todo va a ser fútbol. Entre las segundas, que Reynolds no tendrá cuerdas, pero tiene un plan. O mejor, dos planes. Uno de entrada y otro —el que muchas veces pasamos por alto— de salida.

Porque resulta que el no prever en la medida de lo posible cómo se van a terminar las cosas, es decir, no tener planeada la salida, a menudo, no solo complica terriblemente todo, sino que genera problemas inconcebibles y embarra sin remedio el pasado. Da igual que sean hermosas historias, importantes logros o impecables trayectorias.

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Este no querer planear el modo de acabar lo emprendido debe de ser muy humano, porque le sucede a todo el mundo. Por ejemplo, es habitual la discusión entre políticos y militares no por cómo se van a meter tropas en un lugar, sino por cómo van a salir de allí. Curiosamente —o no—, son los segundos los que piden concreción en el “y qué pasa luego”. Por su parte, los primeros no suelen ver el partido más allá del descanso. Pero resulta que siempre hay que jugar la segunda parte.También hay quienes se cargan una misión de la UE sobre inmigración sin importar lo que venga después. O quienes proclaman la independencia y luego se sorprenden de que la vida siga y ellos tengan que responder de sus actos. O quienes apuestan todo por abandonar la UE y luego no quieren aceptar el desastre que viene. Reynolds no tendría cuerdas, pero tenía un plan. Estos, ni eso.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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