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Tribuna
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Economía y ruido electoral

El cainismo y las ‘fake news’ han vuelto misión imposible tener un debate sosegado sobre la evolución del crecimiento

Varias personas, ante una Oficina de Empleo en Madrid.
Varias personas, ante una Oficina de Empleo en Madrid. Jaime Villanueva

La economía ha entrado con fuerza en el debate electoral. Aunque el 28-A las cuestiones territoriales e identitarias determinarán más el sentido del voto que las percepciones sobre la marcha del crecimiento, el empleo o la desigualdad, los ciudadanos —como en todas las elecciones— siguen mirando su bolsillo y necesitan saber qué esperar del futuro. El problema es que la actual combinación de cainismo y fake news han vuelto misión imposible tener un debate sosegado sobre la evolución de la economía española. Para algunos estamos al borde de una nueva recesión mientras que para otros no hay nada de qué preocuparse. Y más allá de la tendencia de los más ideologizados a mencionar solo aquellos datos que refuerzan su relato partidista, la mayoría de los ciudadanos, convencidos de que con las cosas de comer es mejor no jugar, están huérfanos de un debate equilibrado.

Los últimos datos conocidos no apuntan para nada a una desaceleración (ni pequeña ni grande) de la economía. Más bien lo contrario: durante el último trimestre del año pasado la actividad se aceleró ligeramente y, con la información disponible hasta la fecha, el crecimiento durante el primer trimestre de 2019 podría rondar el 2,8% anualizado. Por lo tanto, quien acuda a datos oscuros para intentar justificar que la economía española se está frenando no está siendo riguroso, por decirlo suavemente.

Esta coyuntura favorable está sostenida por elementos sólidos, lo que permite ser razonablemente optimista sobre la evolución futura. Así, España es hoy un país mucho más competitivo que antes de la crisis, lo que nos permite crecer a tasas elevadas sin generar desequilibrios externos; las reformas emprendidas en los últimos años por Gobiernos de distinto signo (y aunque es cierto que queda mucho por hacer) han permitido mejorar de forma clara el funcionamiento tanto de los mercados de bienes y servicios como del mercado laboral; un euro relativamente débil continuará impulsando el sector exterior; el precio del petróleo (clave para nuestra cuenta de resultados) se sitúa también en niveles razonables y las condiciones de financiación para familias y empresas son (y seguirán siendo) extremadamente favorables. Así las cosas, prever que el crecimiento en 2019 se acerque al 2,5% (claramente por encima de la media europea) no es ni mucho menos una locura.

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Al mismo tiempo, hay que tener claro que España se enfrenta en el corto plazo a riesgos no desdeñables, tanto internos (Cataluña y la incertidumbre electoral) como externos (el Brexit, las tentaciones proteccionistas en EE UU, la desaceleración en Europa y el auge de partidos antisistema). Pero también es verdad que muchos de estos riesgos parecen hoy más manejables que hace unos meses. En particular, el impacto económico del conflicto catalán está siendo más reducido de lo que mucha gente llegó a temer, aunque cada vez parece más claro que poco a poco Cataluña se irá empobreciendo en relación con otras regiones españolas como le pasó a Montreal tras el referéndum de 1995 a favor de Toronto.

Quien acuda a datos oscuros para intentar justificar que la economía española se está frenando no está siendo riguroso

Por último, resulta esencial que el debate electoral no nos haga olvidar los importantes retos de largo plazo que tenemos por delante, que son cada vez menos aplazables y requieren amplios consensos parlamentarios para los que la sociedad parece estar mejor preparada que su clase política. Necesitamos aumentar la capacidad de crecer y crear empleo estable y bien remunerado de forma sostenible, trabajando por mejorar aún más el funcionamiento de nuestros mercados de productos y factores, así como el sistema educativo y de innovación. Necesitamos tomarnos mucho más en serio la sostenibilidad a largo plazo de nuestras finanzas públicas (o, dicho de forma más directa, tenemos que reducir nuestros todavía elevados niveles de déficit público y debemos, aunque sea impopular, llevar a cabo una reforma de nuestro sistema de pensiones que garantice su viabilidad futura). Necesitamos asimismo aceptar que la cohesión social es un factor esencial en el desarrollo de cualquier país y que, para lograrla, resulta imprescindible prestar más atención tanto a la distribución de la renta como al funcionamiento de los elementos básicos del Estado del bienestar, que en la práctica no redistribuye de forma eficaz y tiende a desentenderse de aquellos en riesgo de pobreza y exclusión. Por último, necesitamos como país implicarnos de una forma cada vez más ambiciosa en la lucha contra el cambio climático, siquiera sea como elemento básico de equidad intergeneracional.

A la vista de lo anterior, terminamos con un ruego para todos los actores hoy implicados en la contienda electoral: eviten, por favor, debates interminables sobre quién impone su relato económico; sean honestos con el manejo de la información y con el modo en que se la comunican a los ciudadanos, y preocúpense más de lo importante y menos de lo (muchas veces sólo en apariencia) urgente.

Álvaro Sanmartín es técnico comercial y economista del Estado. Federico Steinberg es investigador del Real Instituto Elcano y profesor de la UAM.

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