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Columna
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El centro vacío

Por primera vez los partidos se han alejado de ese espacio que les garantizaba el triunfo en las elecciones o, cuando menos, unos resultados dignos

Julio Llamazares
Adolfo Suárez durante una entrevista en 1985.
Adolfo Suárez durante una entrevista en 1985.RAÚL CANCIO

Políticamente España se empieza a parecer a lo que ya es desde el punto de vista demográfico: un país sobrepoblado en su periferia y con el centro abandonado y prácticamente vacío. En vísperas de esa gran manifestación anunciada para el último día de marzo en Madrid de los supervivientes de esos territorios que se han dado en llamar la España vacía o vaciada, el fenómeno da que pensar por lo novedoso y por lo contradictorio.

Tradicionalmente se viene diciendo que las elecciones se ganan en el centro, y así se ha demostrado en numerosas ocasiones durante los 40 años de historia democrática de España, pero por primera vez los partidos se han alejado de ese espacio que les garantizaba el triunfo en las elecciones o, cuando menos, unos resultados dignos. Desde la irrupción en escena de Podemos a escala nacional y del independentismo catalán en su área de influencia; dos movimientos que, aunque diferentes, surgieron al calor de la crisis económica y se alimentaron de la indignación que sus efectos produjeron en la gente. Partidos que, a su vez, provocaron el surgimiento de otros dos —Ciudadanos y Vox— como reacción a ellos, así como una derechización del PP en su intención de no perder su hegemonía entre el electorado conservador, ahora en disputa, el paisaje político en España ha cambiado radicalmente. No solo el bipartidismo tradicional ha desaparecido sino que los partidos han extremado sus posiciones, sobre todo desde que Ciudadanos, que teóricamente cubría el espacio del centro como en tiempos de Suárez la UCD, se ha trasladado también hacia la derecha ante la sangría de votos que se le iban hacia el Partido Popular y Vox. Puestos a combatir al independentismo catalán, que fue el origen de Ciudadanos, el electorado conservador empezaba a ver mayor contundencia en el partido de la derecha tradicional y en el nuevo de la ultraderecha. El caso es que, después de la foto de los tres líderes —Abascal, Casado y Rivera— en la madrileña plaza de Colón (y, antes, del pacto de gobierno entre sus tres partidos en Andalucía, por más que Vox no haya entrado en él) y de que el líder de Ciudadanos anunciara solemne y públicamente su decisión de no pactar con los socialistas bajo ningún concepto y en ninguna situación que se presente, el centro ha quedado tan despoblado como el país a nivel demográfico y paisajístico.

Fue Manuel Fraga, el fundador del Partido Popular, el que manifestó en una ocasión —para descalificar a Suárez— que él no sabía de nadie que hubiera muerto en la calle gritando: “¡Viva el centro!”, pero su sucesor José María Aznar vivió sus momentos de máximo apogeo cuando emprendió el viaje al centro que tanto publicitó, si bien en seguida se olvidara de él (lo que llevó a Alfonso Guerra a decir que el único viaje al centro que había realizado Aznar era el que le llevó de Valladolid a Madrid), y lo mismo cabe decir del Partido Socialista, que obtuvo sus mejores resultados cuando adoptó posiciones menos maximalistas y más centradas. Pero todo eso hoy es historia política. De un tiempo para acá, todos los partidos, en especial los de la derecha y los independentistas de Cataluña, han extremado sus posiciones y se han agrupado en dos grandes bloques que, enfrentados el uno al otro, rememoran una guerra fría nacional que nada bueno hace predecir como nada nuevo anunciaba la internacional que durante varias décadas enfrentó al mundo. España necesita volver a poblar el centro no solo demográficamente, sino también políticamente, porque, si no, todos acabaremos sufriendo las consecuencias de su vacío.

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