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Columna
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Hombres de compañía

Sigo sin creer del todo que la educación sirva por sí sola para hacer que los varones cambiemos

Jorge M. Reverte
Manifestació el 8 de marzo de 2018, día internacional de la mujer trabajadora en Barcelona.
Manifestació el 8 de marzo de 2018, día internacional de la mujer trabajadora en Barcelona.© Albert Garcia

Hoy España va a ser un hervidero de mujeres cabreadas con razón. Y de muchos hombres, con el protagonismo hecho una piltrafa voluntaria, preguntándose si puede un tío ser feminista.

Lo mío es muy fácil en principio, porque hice la mili camino de África y descubrí allí que no me interesaban las reuniones de más de dos hombres. Y mi madre me había avisado también con gesto muy serio: “Hijo mío, nunca te cases con un hombre”. Ella y yo sabíamos que no hablaba de sexo.

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Pero de ahí a ser feminista hay un trecho, porque cuando un hombre dice que es feminista es como cuando un empresario dice que es sindicalista, o cuando un nacionalista catalán dice que los murcianos deben ser respetados. Todos ellos mienten, aunque no lo sepan.

Otra cosa es que no me gustan muchas de las características del papel que la genética me ha adjudicado. Y digo genética a sabiendas, porque no creo que la educación, por muy buena que sea, esté capacitada por si sola para alumbrar un hombre nuevo, que es, al fin y al cabo, de lo que se trata.

Desde hace cuatro años, por razones que no vienen al caso, veo muchas horas al día la televisión después de la comida y acabo siempre siguiendo apasionantes documentales sobre bichos, desde elefantes africanos hasta gusanos de Malasia. En el 99% de los casos, y creo que el 100% si se trata de mamíferos, los machos utilizan la violencia cuando toca aparearse. Y los tíos, sean elefantes o lagartijos, ejercen la violencia e intentan ejercer la dominación sobre las tías se vistan como se vistan, de elefantes o de gusanos.

Pero sigo sin creer del todo que la educación sirva por sí sola para hacer que los hombres cambiemos.

En cualquier caso soy testigo de algo que, cuando sea común, puede contribuir a mejorar el mundo en ese aspecto: no solo, por razones evidentes, las mujeres pueden ser más felices en un mundo que sea igualitario, sino que los hombres también.

De eso sí puede salir, creo, una tendencia que cambie el mundo que conocemos y lo haga mejor. No hay que ser un arrepentido. Se es hombre por azar genético, y se puede apoyar a las mujeres, y ser mejor, y por tanto más digno y quizás más feliz, acompañando a las mujeres en su lucha.

Hombres de compañía. Compañeros.

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