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Columna
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Seducidos y abandonados

El político más dañino es el que aun detentando el poder ya no va a presentarse a las siguientes elecciones

David Trueba
Ángel Garrido en una imagen de archivo.
Ángel Garrido en una imagen de archivo. EUROPA PRESS

En campaña electoral los políticos nos parecen toscos y primarios, aferrados a lemas tan simplones que resulta evidente que consideran a gran parte de sus votantes como meros borreguitos a los que pasar la mano por el lomo. No corramos a culparles, en demasiadas ocasiones la realidad les da la razón. Tengamos en cuenta que solo hay una cosa peor que un político sometido a elecciones: un político no sometido a ellas. Lo vemos habitualmente con líderes ya jubilados, les cuesta no hablar con cierta prepotencia de su tiempo y su lugar. Se muestran desacomplejados, pero claro, porque no tienen que ser refrendados en las urnas. Como no les contradiga su compañero de petanca, se vienen arriba. Pero aún hay un político más dañino y es el que aun detentando el poder ya no va a presentarse a las siguientes elecciones. Entonces se permite zarpazos contables, desprecios manifiestos y en ocasiones la única urgencia que demuestra es la de abrirse hueco en algún consejo de administración bien remunerado. Así que paciencia, los políticos en campaña pueden resultar irritantes, pero al menos se someterán a la cura de humildad de los resultados electorales.

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La Comunidad de Madrid lleva meses sepultada bajo la inoperancia. La depresión del presidente regional tras ser apartado por la nueva dirección del partido de las listas electorales le condenó a un periodo de existencia zombi. Si no, que se lo cuenten a los taxistas madrileños. Enfebrecidos por la ira creyeron que la huelga serviría para protegerlos frente al nuevo negocio de rapiña, pero lo que lograron en otras ciudades, como por ejemplo en Barcelona, fue imposible en Madrid. El presidente de la Comunidad no tenía que someterse a nuevas elecciones, así que le daba absolutamente igual atrincherarse y negarse a negociar. En un gesto de inteligencia, los taxistas disolvieron la protesta y esperarán a momentos más propicios. Algunos hasta sospechan que veremos premiado al inflexible regidor con un puesto de consejero de empresa del ramo; ya pasó con la comisaria europea Neelie Kroes, que de defensora rabiosa de la rutilante economía colaborativa pasó a lobista de Uber por lógica gravitatoria. Sucede algo similar con los servicios sanitarios, que salieron en marea de nuevo este fin de semana, pero ni tan siquiera lograron espacio en los medios para sus reclamos de mejoras en la atención primaria. Por desgracia en estas elecciones nacionales y locales no parece que la protección de la educación, la sanidad y el transporte vayan a tener ningún peso en la campaña salvo que los votantes lo remedien. La clave catalana sirve para merendarse cualquier interés cotidiano.

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Y en Madrid nada hay más cotidiano que el metro. La joya de una ciudad que lucha por seguir en funcionamiento civil pese al crecimiento desmesurado del negocio turístico. Pues bien, el metro está abandonado. Los profesionales consideran que falta personal y material. Los usuarios han experimentado las desventajas de que la optimización de recursos se haya hecho desde un despacho lejano, donde se ha decidido que en cada vagón caben tantas personas como diga el contable que cuadra presupuestos. Ya en su día se diseñaron vagones novedosos que carecen incluso de agarraderas en sus zonas centrales. Así cabe más gente, seguro, pero también andan zarandeados sin poderse sujetar. La saturación evidente en este servicio degradado no parece importar, porque los responsables no van a presentarse a la reelección. Así que bienvenidos sean los políticos en campaña, al menos ellos nos dedicarán 15 días de seducción.

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