Los hijos de reyes y presidentes quieren huir del escrutinio público
Isabel de Bélgica, Barron Trump, Malia Obama, Guillermo y Enrique de Inglaterra..., todos se debaten en su juventud entre los privilegios de su posición y los inconvenientes de no poder mantener su privacidad
Ser hijo de un personaje famoso a primera vista solo reporta ventajas, pero la realidad demuestra que estar permanentemente bajo el ojo público no siempre es fácil de sobrellevar. La situación se complica si los padres, además de conocidos, tienen responsabilidades políticas y el comportamiento de sus retoños será no solo observado sino también juzgado.
Mientras los niños son eso, niños, la condescendencia hacia las posibles trastadas de la infancia, una vida menos pública y la protección de los propios padres atenúan ligeramente los efectos sobre ellos. Pero la sensación de presión se agrava durante la adolescencia, cuando llega su transformación en adolescentes, necesitan experimentar, la casi obligatoria rebeldía de esta edad hacia las reglas se convierte en norma y la necesidad de sentirse libres se hace perentoria.
El último caso de este tipo ha sido el de la princesa Isabel de Bélgica, la hija de los reyes Felipe y Matilde de Bélgica y heredera al trono. La joven, que cumplió 17 años el pasado 25 de octubre, comenzó este año a volar en solitario con su traslado a Reino Unido donde cursa sus últimos dos años de bachillerato internacional en el prestigioso centro UWC Atlantic College de Gales. Durante las pasadas fiestas navideñas volvió a su país junto a su familia y su transformación física sorprendió a todos en las imágenes captadas en el Palacio Real de Bruselas con motivo del tradicional concierto de Navidad al que acude la familia real belga. La primogénita de los monarcas de Bélgica se mostraba ya como una joven con personalidad propia en la que recayeron todos los focos y comentarios internacionales.
Al final de un reciente viaje oficial de su madre a Mozambique, Matilde de Bélgica ha expresado a la prensa su preocupación por la intimidad de su hija. La soberana de los belgas manifestó que espera que su hija mayor pueda disfrutar de privacidad y que no se convierta en centro de atención de los medios. “Todos en la familia aún nos estamos acostumbrando a que no viva con nosotros, pero al mismo tiempo estamos contentos porque es una experiencia enriquecedora para ella”, afirmó Matilde de Bélgica en referencia a la vida de estudiante de su hija en Gales. “Poder estudiar con jóvenes de todo el mundo y disfrutar de una vida normal es muy importante. La princesa es aún muy joven y necesita disfrutar de su vida privada”, añadió.
No es el primer caso en el que los padres han pedido a los medios que dejen al margen de su curiosidad a sus hijos adolescentes. Los hijos de los últimos presidentes de Estados Unidos han sido un claro ejemplo de lo incómodo que puede llegar a ser estar permanentemente observados. A pesar de las diferencias ideológicas que les separan, Melania Trump ha llegado a dar las gracias públicamente a Chelsea Clinton, hija de Bill y Hillary Clinton, por defender a su hijo Barron que con la llegada de su padre a la Casa Blanca, sintió como cada uno de sus gestos era diseccionado –cuando no caricaturizado– ante la opinión pública. Un gesto que cobraba especial relevancia porque Chelsea Clinton había experimentado lo que significaba estar en la posición del menor de los hijos de Donald Trump, que acababa de trasladarse definitivamente a Washington junto a su madre y solo tenía 11 años. “Permítanle que tenga la niñez en privado que se merece”, dijo entonces Chelsea. Melania Trump, agradeció el gesto y escribió en sus redes sociales: “Es muy importante apoyar a todos nuestros niños para que sean ellos mismos”.
La misma defensa cerrada se produjo cuando se publicaron unas fotografías de Malia Obama, la hija mayor del expresidente Barack Obama, fumando y besando al que era su primer novio conocido en noviembre de 2017. La joven tenía 19 años, acababa de empezar sus estudios en la Universidad de Harvard y se comportaba como cualquier otra persona de su edad, pero los tabloides convirtieron en virales esas inocentes imágenes. Entonces fue Ivanka Trump, la hija mayor del actual mandatario norteamericano, quien la defendió. “Malia Obama debería tener la misma privacidad que sus compañeros de universidad. Es una joven, adulta y ciudadana privada. Debería estar fuera de la vida pública”, manifestó Ivanka. El mismo fondo de mensaje que rápidamente suscribió Chelsea Clinton para apoyar esta postura.
Michelle Obama ha reconocido en su exitoso libro de memorias, Mi historia, que esa fue una de las principales preocupaciones que tuvo durante los ocho años que su familia ocupó la Casa Blanca: hacer todo lo posible para que sus hijas pudieran tener una vida normal y actuar como las niñas y jóvenes que eran. Objetivo que, en algunos casos, hizo que pidiera cambios drásticos en las costumbres del Servicio Secreto que se encarga de proteger a todos los miembros de la familia presidencial.
De esa presión mediática saben muchos Guillermo y Enrique de Inglaterra. Pocos olvidarán la imagen desamparada y al mismo tiempo digna y circunspecta de dos niños caminando tras el ataúd de su madre, durante las exequias de la princesa Diana de Gales. Tampoco algunas fotografías del inquieto príncipe Enrique durante algunas juergas durante su juventud. El 20 aniversario de la muerte de su madre rompió con el secretismo respecto a sus sentimientos de aquellos años y, cada uno por su lado, confesaron los traumas que experimentaron y la necesidad de buscar ayuda psicológica para superarlos y abrirse. "Nadie debería pedir a un niño que camine detrás del ataúd de su madre rodeado de miles de personas", llegó a decir el príncipe Enrique. O que ni él ni su hermano quieren “ser vistos como un grupo de celebridades".
En nuestro país también es conocida la obsesión de los Reyes, especialmente de la reina Letizia, por mantener alejadas de la vida pública a sus hijas durante todo el tiempo que se pueda. 2018 fue el primer año en el que la princesa Leonor adquirió cierto protagonismo en contados y medidos actos públicos, pero sus padres insisten en intentar normalizar al máximo su vida hasta que las obligaciones de su condición de heredera lo hagan imposible.
Tampoco se han librado de esta vigilancia los hijos de la infanta Elena. Las travesuras de Felipe Froilán que le hacían simpático de pequeño, le han traído más de un quebradero de cabeza cuando de adolescente empezó a flojear en los estudios y también ahora, cuando de vuelta a España tras pasar un tiempo estudiando en el extranjero, sus salidas y su vida como universitario despierta la curiosidad y, a veces, la crítica o la burla. De esa inquisición mediática tampoco se ha librado su hermana, Victoria Federica. Que asiste con cierta perplejidad a los artículos que diseccionan su forma de vestir, sus amistades o sus primeros amores.
Algo que afecta menos a sus primos, los hijos de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, porque la particular situación de sus padres a raíz del caso Nóos, les hizo poner tierra de por medio y trasladar su residencia a Ginebra (Suiza) desde 2013, cuando los primeros ecos del escándalo aconsejó alejar a sus hijos de lo que estaba por llegar.
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