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Columna
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Lo real

La verdad, hoy, tiene cara de pantalla

Félix de Azúa
Usuarios de móviles ante el logo de Twitter.
Usuarios de móviles ante el logo de Twitter. DADO RUVIC (REUTERS)

Varios alcaldes, entre ellos Giuliani en Nueva York, se vieron obligados a exigir la censura cuando las fotografías de Mapplethorpe, muchas de ellas dedicadas a la exhibición de genitales masculinos de considerables dimensiones, se expusieron en público. Como no colgaban en instituciones del Estado sino en galerías privadas no pudieron ser secuestradas, pero se les retiró todo tipo de subvenciones, ayudas o publicidad. No obstante, para mí lo más relevante fue el comentario de un propio que dijo: “Si en lugar de fotografías hubieran sido cuadros al óleo no habría pasado nada”. A finales del siglo XX todavía la fotografía tenía la consideración de “verdad” o “realidad”. Lo que se veía en las fotos era auténtico.

Me he preguntado a veces cómo es posible que mucha gente se tome en serio los mensajes digitales, el mundo de las redes y toda esa parafernalia. ¿Cómo puede ser que políticos y redactores reaccionen como menores de edad ante la basura telemática? Es evidente que la mayor parte de esos mensajes, si no fueron producidos por esbirros rusos al servicio del caos o por clérigos al servicio de los separatistas, son infames venganzas de gente impotente. ¿Por qué entonces concederles nuestro muy escaso tiempo? Y sin embargo sabemos con qué terror retroceden los responsables públicos ante ellos y cómo los periodistas afirman una y otra vez que “la red arde con furiosas reacciones”. ¿Por qué las leen? Pues bien, una posible explicación es la sacralidad del soporte. A día de hoy es difícil que alguien crea en “la verdad” de una fotografía, tan fácil es falsearla. En cambio, la superstición quiere que el nuevo soporte de lo real sea la red electrónica. El soporte es el mensaje y la verdad, hoy, tiene cara de pantalla.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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