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Columna
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El algoritmo igualitario

Parte del incremento de la desigualdad en nuestras sociedades se explica con el cambio tecnológico

Pablo Simón
Una trabajadora en un almacén, en Tres Cantos (Madrid).
Una trabajadora en un almacén, en Tres Cantos (Madrid).EP

Una parte del incremento de la desigualdad en nuestras sociedades se explica con el cambio tecnológico. La llegada de la robotización y los algoritmos, que ordenadores puedan hacer tareas rutinarias y repetitivas, está alterando nuestra estructura ocupacional. Como consecuencia, la polarización salarial no ha dejado de crecer desde 1970 y cada vez hay más diferencias entre lo que gana un trabajador con formación universitaria —especialmente tecnológica— y aquel que no la posee. Una desigualdad que tiene importantes efectos políticos. Si para que nuestras democracias funcionen bien debe haber una capacidad de influencia pareja de todos los colectivos sociales, cada vez se nos filtran más desequilibrios.

La enmienda a esta situación, siquiera levantar diques que la contengan, es algo que depende de los poderes públicos y de tener ciudadanos que apoyen sus políticas redistributivas. El problema es que el cambio tecnológico podría tanto generar más desigualdad como aumentar la aversión a corregirla. Si cada vez hay más distancia económica —y social— entre las clases medias y las menos acomodadas es muy probable que estas no empaticen entre sí, generando menos apoyo a corregir las desigualdades. Dinámica que junto con la mayor interdependencia global y el alcance limitado de las políticas nacionales desencadenaría una tormenta perfecta.

Sin embargo, hay investigaciones como las de Thewissen y Rueda que cuestionan esta tesis. Su argumento es que con la revolución tecnológica crece el riesgo de desempleo para trabajadores que tienen ocupaciones rutinarias, algo que no solo amenaza a los trabajadores menos cualificados, sino también a puestos de trabajo con niveles de ingresos y formación medias —desde oficinistas a empleados de cara al público—. Esto implicaría que, por su propio interés, estos sectores prefieran que los gobiernos tomen medidas que reduzcan la desigualdad para que el gasto público les sirva como un “seguro” ante la volatilidad del mercado laboral. Un apoyo que hasta sería más intenso entre aquellos trabajadores expuestos a la robotización con más ingresos dado que su pérdida de renta y estatus podría ser mayor.

Es conocido que en las sociedades occidentales el trabajo no sólo vertebra nuestro modo de vida, sino también nuestra identidad social e incluso política. Ahora bien, parece que el puesto de trabajo para toda la vida está en vías de extinción, de modo que cada vez más académicos hablan de la pre-distribución, de intervenir sobre la economía antes del mercado laboral con regulaciones, rentas y salarios mínimos que corrijan desigualdades en origen. Lo llamativo es que estas políticas pueden tener un aliado inesperado en el cambio tecnológico; el potencial para una coalición inter-clase entre los ciudadanos de ingresos más modestos y las clases medias / altas expuestas a ese cambio. Un inesperado algoritmo igualitario.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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