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La superresistencia a antibióticos llega al Ártico

Los genes que hacen superresistentes a las bacterias se habían observado por primera vez en India solo tres años antes

La autora del estudio, Clare McCann, en el archipiélago polar de Svalbard
La autora del estudio, Clare McCann, en el archipiélago polar de SvalbardUniversidad de Newcastle

En 2008, en un hospital de Nueva Delhi (India), se encontró por primera vez una proteína que puede dar superpoderes a algunas bacterias que nos hacen enfermar. La NDM-1, cuando se incorpora a su genoma, las hace resistentes a los antibióticos que deberían aniquilarlas. Dos años después de aquel descubrimiento, la proteína ya estaba libre en las aguas de la ciudad y desde entonces se ha encontrado en más de 100 países.

La resistencia a los antibióticos es una de las grandes amenazas para la salud global y se estima que alrededor de 700.000 personas mueren todos los años por infecciones que se han hecho inmunes a los medicamentos disponibles. La Asamblea General de las Naciones Unidas firmó en 2016 una declaración para coordinar los esfuerzos mundiales para combatir la amenaza, porque el enemigo, tal y como muestra un estudio publicado ayer, tiene una capacidad de expansión casi ilimitada.

Un informe reciente calculó que las bacterias superresistentes matan alrededor de 33.000 europeos al año

En un trabajo que se publica en la revista Environmental International, un equipo internacional de científicos explica que encontró este gen de resistencia a los antibióticos en muestras de suelo tomadas en el archipiélago ártico de Svalbard en 2013. “Que en solo tres años llegue una resistencia a antibióticos de la India a Svalbard demuestra lo fácil que es la dispersión. El mundo en que vivimos es muy pequeño para las bacterias”, señala Carlos Pedrós-Alió, profesor de investigación en el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (CSIC).

Las regiones polares se encuentran entre las menos alteradas por la actividad humana y por eso esta región del Ártico fue elegida para tratar de saber cuáles eran los genes relacionados con la resistencia a los antibióticos que existían antes de la aparición de estos medicamentos. En total, realizaron cuarenta catas del suelo polar entre las que encontraron 131 genes de resistencia a antibióticos, muchos de los cuales habían llegado desde fuera de la región.

Los autores no saben exactamente cómo llegaron allí esas resistencias, pero suponen que lo pudieron hacer a través de las heces de pájaros o de los humanos que visitan esta región. Como explica Pedrós-Alió, en América del Sur se ha observado que animales como “los flamencos llevan bacterias a lagunas que se encuentran en regiones muy remotas de Los Andes”. “Las pueden transportar en el estómago, en las plumas, en las patas…”, continúa y allí también se pueden producir intercambios con especies adaptadas a unas condiciones extremas de salinidad o de resistencia a la radiación solar.

Clare McCann, la investigadora de la Universidad de Newcastle que encabeza el estudio, considera que para luchar contra la difusión de resistencias a antibióticos, comprender “cómo se transmiten a través del agua y del suelo es crítico” y que para controlar esa transmisión será necesario mejorar “la gestión de residuos y la calidad del agua a escala global”.

Juan Pablo Horcajada, jefe de servicio de enfermedades infecciosas del Hospital del Mar de Barcelona, coincide en señalar la necesidad de medidas mundiales frente a la expansión de las resistencias. “Es una noticia llamativa, pero no deja de ser un ejemplo de cómo respecto a la diseminación de resistencias debemos pensar en clave global y de que es necesaria más inversión en investigación para saber cómo se están distribuyendo las resistencias”, explica. Como ejemplo de las medidas que deberían aplicarse en todo el mundo para no crear nuevas resistencias, Horcajada habla del uso de antibióticos para animales. “Por un lado, se pueden utilizar para tratar enfermedades infecciosas, algo que está regulado y aceptado, pero también se utilizan para engordar a animales de granja”, apunta. “Esto está prohibido en unos países, pero en otros, no, y esa práctica hace que las bacterias generen nuevas resistencias”, añade. “Para evitarlo, hace falta un esfuerzo coordinado y global que esté bien financiado”, concluye.

Una investigación reciente del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades calculaba que 33.000 europeos mueren todos los años por infecciones provocadas por bacterias que han desarrollado resistencias a antibióticos. El impacto es según la institución similar al que suman la gripe, el sida y la tuberculosis. Y la capacidad de las bacterias para adaptarse sugiere que, si no se hace nada, estas cifras irán a peor.

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